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Diego de Borica
La vacante producida en la gobernación de California atrajo a cuatro candidatos.
Manuel de Echegaray, comandante del Presido de Santa Cruz en Sonora era un oficial
experimentado y fogueado en la guerra y campañas de la frontera. Lo apadrinaba su propio
padre que vivía en la ciudad de México. Bien calificados eran también Francisco
Mourelle, oficial de marina que había participado en las exploraciones de la costa norte.
Finalmente, Pedro de Alberni, comandante de los Voluntarios de Cataluña que se encontraba
en Nutka. Sin que él lo supiera, su esposa doña Juana Vélez, presentó su caso ante el
virrey.
Diego de Borica era también un oficial con gran experiencia en la frontera. Había
guerreado con apaches y comanches, inspeccionado presidios, reclutado y organizado
milicias y se desempeñaba a la sazón como sub-inspector de las Provincias Internas de la
Nueva España.(1)
A comienzos de 1794 se nombraba gobernador de California al teniente coronel Don Diego
de Borica que, como se ha visto, servía como inspector ayudante de los presidios de
Chihuahua. Su desempeño en Nueva Vizcaya había sido ejemplar como lo atestiguan sus
informes al virrey sobre las condiciones de las Provincias Internas. Decía haber
cabalgado 9.500 leguas al servico del rey.
Era Borica natural de Vitoria en el corazón de la provincia de Alava. Hombre capaz,
distinguido e inteligente, había entrado como caballero de la Orden de Santiago. Uno de
sus antiguos soldados lo describe así:
"Era un hombre de tamaño medio, más bien gordo, de piel clara, hombre de unos de
50 a 60 años cuando llegó. Don Diego de Borica era un hombre muy activo, locuaz y afable
con todo el mundo" (2)
El 14 de Mayo de 1794 tomaba Borica el cargo en Loreto del interino Arrillaga y
después de conferenciar con él, siguió viaje por tierra a Monterey. Lo escoltaban ocho
soldados al mando del sargento Olivera de San Diego con 54 caballares entre mulas y
caballos. Venía con su esposa, Doña María Magdalena de Urquídes y de su hija Josefita.
Pero eso no era todo, pues se hacía acompañar de un criado personal, de un paje negro y
de un cocinero. Tamaño lujo no se conocía en Monterey.
Borica venía preparado a pasar una tranquila vida en la cual su mayor preocupación
deberían haber sido las famosas cuentas de los habilitados, que como de costumbre se
habían disparado en todas direcciones y había que ponerlas en orden. Pero encontró que
sus fuertes, con la sola excepción de Santa Barbara estaban poco menos que en la ruina.
Es verdad que al recibir noticias de la guerra con Francia, Arrillaga había enviado en
1793 un informe de las defensas de la costa que indicaba que tales defensas no existían.
Arrillaga había hecho un esfuerzos por juntar piedras, levantar una explanada e iniciar
la construcción de un castillo a la entrada del puerto de San Francisco. A la
construcción de estas defensas y a la reconstrucción de los presidios, dedicaría
Borica, como se verá más adelante, su mayor esfuerzo.
Pero no fue sólo un esfuerzo por mejorar la apariencia física de las dependencias a
su cargo. Bajo Borica la economía experimentaría un vigoroso crecimiento y hasta se hizo
un esfuerzo por la cultura. Ya se ha visto que se establecieron escuelas en todos los
presidios y además dio ordenes a los comandantes y a los alcaldes de los tres pueblos de
obligar a los padres de familia a enviar a sus hijos a la escuela.(3)
Las defensas costeras
El virrey Revillagegido en sus instrucciones a su sucesor, el Marqués de Branciforte
le urgía fortificar los puertos ocupados en California. El nuevo virrey que se hizo cargo
en 1794, recurrió al ya conocido Don Miguel de Constansó. Constansó era un hombre de
gran prestigio profesional. Su labor en México fue reconocida por los virreyes y su
capacidad como ingeniero quedaría demostrada en la reconstrucción de muchas
fortificaciones mexicanas. Constansó ya había estado en California en 1769. Ahora,
conociendo el terreno y al tanto de las dificultades y de las verdaderas limitaciones de
recursos y erarios disponibles, pudo informar que "los puertos de San Diego,
Monterrey y San Francisco en la nueva o Alta California no tienen otras defensas para
resistir invasiones de Potencias extrangeras que las inútiles de sus presidios."(4)
Más tarde presentó un informe completo en que declara que las dificultades para
fortificar adecuadamente los puertos eran insuperables:
"...la tropa no puede llenar otras atenciones que las de su primordial destino de
contribuir a la reducción de la numerosa gentilidad. El arbitrio de fortificar los
presidios en los Puertos de San Diego, Monterrey y San Francisco sobre ser muy gravoso
como insinué antes, es acaso aventurado pues la guarnición sabe que no tiene que esperar
auxilios del país por falta de habitantes forzosamente habría de entregarse aunque sea
después de haber hecho una vigorosa defensa, y perdida la plaza que ha de ser
precisamente mucho más difícil y costosa su recuperación y la del territorio que
servía.(5)
Por esta razón es impracticable construir bastiones inexpugnables desde el mar, la
falta de una población estable y numerosa, habría ya condenado a la más fuerte
fortificación a su final destrucción o captura. El informe de Costansó es muy
interesante en sus referencias a los ingleses a quienes considera como el elemento de más
peligro para California. De especial cuidado debe ser la zona al norte de San Francisco y
el ingeniero recomienda que se establezcan villas para proveer los habitantes y gente de
razón necesarias para la defensa.(6)
Un segundo informe que elaboró con la cooperación de algunos comandantes de buques,
sugería que la única defensa posible eran baterías de ocho cañones de doce libras que
defendieran los baluartes de naves corsarias. En caso de ataque por parte de una escuadra,
sólo quedaba abandonar el lugar y huir al interior.(7)
En 1793 el virrey Revillagigedo había decidido fortificar los cuatro presidios de Alta
California. Durante el gobierno de Arrillaga algo se había hecho en San Francisco y por
lo menos se habían escogido lugares defensivos en San Diego y Monterey. En 1796 llegaba
un ingeniero, Don Alberto de Córdoba, cuya misión era vigilar lo que ya se había
construido y establecer otras baterías. Su contribución fue la batería de Yerba Buena
en San Francisco y Fuerte Guijarros en San Diego.
Los esfuerzos de Arrillaga en San Francisco se habían concentrado en la explanada
elegida por De Anza en su primera expedición. Se trataba de levantar un castillo en el
Cantil Blanco, el punto más cercano a la costa norte de la bocana, donde hoy la cruza el
puente del Golden Gate.(8)
Arrillaga puso a Francisco Gómez a cargo de la construcción ayudado por José
Garaycoechea condestable de la artillería de marina que dirigió el emplazamiento de los
cañones. Tres carpinteros que habían venido de San Blas en la Aranzazu
para trabajar en la bahía de Bodega, se quedaron en San Francisco trabajando en la
construcción. Se trajeron indios de las misiones y se cortó la madera en los bosques de
San Mateo. Veintitres yuntas de bueyes traían los tablones para la explanada donde se
clavetearon con chillones reales de nueve pulgadas. Se suspendieron las labores a la
llegada del invierno de 1794.(9)
Bajo Borica se continuó la construcción de la enorme pared de adobe con casi cuatro
metros de espesor a la que se revistió de ladrillos. El fuerte se comenzó tratando de
darle forma semi-circular pero se terminó en una construcción cuadrangular de unos 70
metros de norte a sur y de 45 metros de este a oeste. En sus parapetos habían
emplazamientos bien construidos de sólido ladrillo para once cañones, aunque no hay
evidencia que nunca tuvo más de ocho. Los cañones pesados, montados en cureñas de
madera con cuatro ruedas, daban hacia la bahía. Otros cañones más pequeños con
cureñas de dos ruedas podían moverse con facilidad ya sea para defender la explanada o
la marina. En medio del patio del castillo estaba el cuartel donde vivían los seis
artilleros y un cabo.(10)
Aunque el fuerte estaba a unos 20 metros de altura, desde donde la batería tenía
mayor alcance, las defensas no eran de confiar. Si bien hacia el frente, el cantil caía a
plomo hacia el mar, la explanada bajaba gradualmente hasta el fuerte y el reducto podía
ser atacado con facilidad por la retaguardia. En ese caso, la gente del presidio debería
asistir en la defensa.
Vancouver que en 1793 pudo observar los trabajos donde laboraban un gran grupo de
indios guiados por españoles, dice haber contado once cañones de bronce en la playa,
esperando sus afustes. Había también balas de dos calibres. Estas disposiciones
significaban grandes mejoras pues en su primer viaje, Sal lo había saludado con un
cañonazo de una pieza cuya caña estaba amarrada a un tronco de árbol. La cureña del
segundo cañón estaba podrida. Sal informaba que el estado de la artillería era
deplorable. Para celebrar un día de santo se hizo una salva en Julio de 1792. Ya sea por
la inexperiencia del artillero que sobrecargó el cañón o por otras razones
desconocidas, dos de las piezas explotaron lanzando sus partes a 125 varas de distancia.(11)
El 8 de diciembre de 1794, se bendecía el castillo de San Joaquín bajo el mando del
alférez José Fernández Pérez que actuaba como comandante accidental.(12)
Se había montado una batería de ocho cañones, construido atalayas para los centinelas,
santabárbaras y un pequeño cuartel.
Pero dos años más tarde en1796, cuando Córdoba llegó en su visita de inspección,
encontró la defensa totalmente inadecuada. Las paredes de adobe sufrían constante
desgaste con los elementos. Había que reconstruirlas de ladrillos. Pedazos de escombros
saltaban de la pared cuando se disparaban salvas de saludos. El castillo se había
construido sobre arena y un combate prolongado lo habría desmoronado. Aunque existían 13
cañones, había sólo dos piezas capaces de causar daño a una nave enemiga que intentara
forzar el puerto. Eran cañones de 24 libras cuyo alcance cubria toda la parte más
estrecha de la bocana. Desde tierra, la clave del castillo estaba en la puerta que
enfrentaba un cerro y la guarnición de seis artilleros que no era suficiente para servir
los cañones, mucho menos todavía podía defender las entradas. Se necesitaba una fuerte
tropa de caballería que protegiera las avenidas terrestres. Córdoba recomendaba
construir un nuevo fuerte más arriba del San Joaquín y una batería en la ribera norte
de la bocana. Al año siguiente llegaba el San Carlos con el Sargento
José Roca, y artilleros y cañones adicionales. No bien se hubieron desembarcados los
pertrechos de guerra cuando el buque garreó sus anclas y encalló en la noche del 23 de
marzo de 1797. La marinería tuvo que quedarse en el presidio y participó en las
reparaciones y mejores del puesto. Pero con la excepción de estos refuerzos, nada o poco
se hizo. Las recomendaciones del ingeiero Córdoba cayeron en el vacío y fueron a parar a
los archivos. Las constantes reparaciones a la pared, los afustes, los edificios y otras
dependencias fueron la principal actividad de los artilleros y de los voluntarios de
Cataluña que bajo el mando de Alberni, vinieron a reforzar la guarnición en 1796.
En ese mismo año se construyó una segunda batería en Punta Médanos o punta San
José donde hoy se encuentra el Fuerte Mason. Esta batería tenía defensas de madera y
montaba cinco cañones de 8 libras que se sacaron o que nunca se instalaron en el
castillo. Aunque no se le asignó una guarnición permanente, se mantuvo un centinela en
guardia diaria. Es de suponer que las visitas periódicas de artilleros mantuvieron en
servicio los cañones y que se mantenía un pequeño depósito de pólvora en la
fortificación. Con todos sus defectos, San Francisco fue el mejor artillado y más
fortificado de los puertos de California.(13)
Nunca fue atacado.
Gracias a Vancouver tenemos una descripción del Castillo de Monterey cuyos primeros
cañones se habían emplazado en 1792. Durante su primera visita pudo observar siete
cañones que apuntaban hacia el mar frente al presidio pero que no estaban montados en
plataformas y que no tenían parapetos de defensa. Quedaban expuestos a la lluvia, al
viento y al aire marino. Bodega y Quadra había escogido un promontorio sobre el cual
deberían montarse estos cañones. Este lugar está un poco más al suroeste del presidio,
donde hoy se encuentra el "Presidio de Monterey", centro de la escuela de
lenguas de las fuerzas armadas de los Estados Unidos. En su segunda visita en 1793,
Vancouver encontró los cañones emplazados en el cerrito, tras una empalizada de maderos
tan mal ensamblados que le parecieron un montón de troncos. La protección hacia el
enemigo era mínima y hacia los lados y hacia atrás no había protección ninguna.
Córdoba en su informe de 1796, la declara como inútil. Vancouver creía que un
desembarco en cualquiera de las playas que no estaban protegidas podía fácilmente
capturar la batería por la retaguardia. Pero las defensas fueron evolucionando
paulatinamente. Se formaron dos murallas que formaban una V con la punta hacia la playa.
Primero se reforzaron las barreras de madera con adobe y más tarde se construyó una
pared defensiva al pié de la base. Si hemos de atenernos a los esquemas modernos que se
han publicado, el fuerte tenía una casamata en la peor ubicación posible: la punta del
triángulo que era el lugar más expuesto a un ataque o al fuego enemigo.(14)
El fuerte estaba abierto por atrás y se contaba con la caballería del presidio para
defenderlo por ese lado. Es posible que el ala izquierda de estas defensas haya disparado
contra las tropas corsarias que la asaltaron en 1818.(15)
Vancouver escribía sobre San Diego:
Con muy pocas dificultades San Diego se podría convertir en un lugar de gran
resistencia, bastaría una pequeña fuerza a la entrada del puerto donde, en este
momento,no hay bastiones, cañones ni casas más cercanas que el Presidio, que se
encuentra a unas cinco millas del puerto, y donde tienen sólo tres piezas de cañones de
bronce.(16)
Por orden del virrey, se estableció un fuerte en San Diego precisamente donde
Vancouver lo había pensado. El lugar escogido era Punta Guijarros en la península de la
Punta de la Loma. Mucho se ha debatido si el lugar estaba poblado de bosques, pero si no
lo estaba, el matorral era lo suficientemente tupido y espinoso para no permitir el acceso
por tierra hasta el lugar escogido. Todo el material hubo de llevarse en lanchones: madera
de Monterey, ladrillos y tejas del Presidio de San Diego.
El progreso fue lento y cuando Córdoba llegó a inspeccionar los trabajos sólo
comentó que lo mejor era que el enemigo ignorara la debilidad de las defensas. Pero se
construyeron con el tiempo los baluartes, se montaron diez cañones en una fortificación
semi-circular y se construyeron cuartel, casamata y santabárbara.
Otra vez hay que recurrir a Vancouver para saber de la situación en Santa Barbara.
Vancouver creía, como Neve, que Santa Barbara era la clave de las comunicaciones
terrestres entre el norte y el sur del territorio y se asombraba que nada se había hecho
para proteger el presidio de un ataque por mar. Dos cañoncitos de bronce de nueve libras
estaban en el presidio pero una estupenda posición, al norte de la bahía, se encontraba
en su estado natural.
No se sabe exactamente en que año se levantó una defensa y se emplazaron por lo
menos, dos cañones en lo que hoy se llama la Punta del Castillo. Era probablemente una
pared de tierra con frente de adobe pues no se han encontrado ladrillos ni tejas. Hay
quienes creen que esta fortificación no ha dejado rastros por ser demasiado antigua, ya
que habría existido al llegar Martínez a Santa Barbara en la Favorita
en 1782, pero esto es imposible pues sería anterior al presidio.(17)
Su construcción debe haberse comenzado durante el gobierno de Borica. Martínez dice
haber visto un asta en la que los soldados enarbolaron la bandera española. No cabe duda
que debido a su excepcional posición geográfica, la Punta del Castillo se haya usado
como punto de observaciones y hasta de señales. Pero no fue sino hacía 1795 en que cabe
la posibilidad que a la pared de leños y tierra se le agregó un edificio y un asta de
bandera. Ruhge sugiere la existencia de un bastión con seis u ocho cañones lo que es
perfectamente factible. La falta de documentación y el hecho de que no se destinaran
artilleros a Santa Barbara, "porque no tenía artillería" indican que si la
batería existió, fue una defensa muy modesta y semi-permanente.(18)
Ninguno de los participantes en la expedición de Bouchard menciona la existencia de
esta batería cuyo emplazamiento habría sido de enorme importancia para ellos.
En 1796 llegaba a San Francisco la compañía de voluntarios de Cataluña, al mando de
Alberni, ahora ascendido a teniente coronel. La orden del virrey menciona una compañía
seleccionada de entre las dos que comanda Alberni. Deberá formarse por un capitán, un
teniente, un sub-teniente, un sargento primero y dos sargentos segundos, dos tambores,
cuatro cabos primeros, cuatro cabos segundos y 59 soldados. Alberni informaba que
"faltan cuattro soldados por no haberlos a mi satisfacción" y añade que
considera necesario el envío de un armero y un zapatero. De sus 77 hombres, 25 quedaron
con el comandante en San Francisco y el resto se distribuyó en los otros presidios.(19)
El virrey los enviaba, junto con 25 artilleros del Real Cuerpo de Artillería a
reforzar la guarnición de las fortificaciones.
No todas la baterías y defensas resultaron inadecuadas. Su sola existencia ofrecía ya
cierta protección. La experiencia de Bouchardo en Monterey, donde tuvo que rendir uno de
sus buques ante el fuego de la batería provisional, lo hizo desistir de su planeado
ataque a Santa Barbara y otras localidades. Es muy posible que otros corsarios hayan sido
disuadidos de expedicionar sobre California sospechando que estas defensas eran
inexpugnables. La verdad es que los castillos de San Joaquín, Punta Guijarros, Monterey y
la batería de San Barbara no eran sino las cenicientas de una hermandad de invencibles
defensas costeras como lo fueron Callao y Valdivia en el Pacífico; Cartagena, San Juan de
Ulúa y el Morro de San Juan en el Caribe.
Estado de los presidios
No sólo se vio Borica obligado a dedicarle tiempo a las fortificaciones sino también
el estado físico de los presidios necesitaba su urgente atención. Neve los había puesto
en buenas fundaciones, pero desde el término de su mandato, la condición del presidio
estaba relacionada más bien con la actitud de su comandante que con ninguna otra causa.(20)
En San Diego por ejemplo, la eficiencia de Zuñiga es reconocida por todos. Dejó fama
de hombre recto, justo, honesto y sincero, pero su presidio era el más pobre de cuantos
había en la costa. No sabemos si sería la falta de maderas adecuadas, la gran
responsabilidad que recaía sobre su personal en los asuntos de correos o la falta de
interés del comandante, lo cierto es que el presidio, sus paredes y sus edificios
mostraban ruinosas consecuencias a la llegada de Borica.
Vancouver visitó el lugar precisamente cuando Zuñiga se alejaba del mando para
entregarlo al teniente Antonio Grajera en Octubre de 1793. El inglés encontró en Zuñiga
una persona que podía respetar y confiar, pero el presidio le pareció el peor de los
establecimientos españoles en la costa. El terreno era irregular y se encontraba tan
lejos de la entrada del puerto que no había razón ninguna para ubicarlo allí.
El contraste entre el comandante Zuñiga y su sucesor Grajera es grande. Zuñiga había
ascendido de soldado distinguido a teniente. Querido y respetado por la tropa, fue el
habilitado ejemplar al que nunca se le reprochó un informe y al que nunca le faltó un
real, un kilo de carne o una espuela de sus inventarios y cuentas. Merecidamente se le
ascendía ahora a capitán y pasaba de comandante al presidio de Tucson. Don Antonio
Grajera en cambio, era teniente de dragones del Regimiento España. Veterano de 15 años
de carrera militar era hombre soltero, de vida suelta y alegre. Llegó a San Francisco en
la Concepción para dirigirse luego a San Diego. Ya abordo, el comandante
de la fragata lo reprendía por escrito por su conducta licenciosa y su embriaguez.
Sorprendemente, el desempeño de sus labores administrativas y militares no refleja su
conducta privada. Borrachín, jugador y mujeriego estaba constantemente en problemas de
faldas. Un cabo de la guarnición de San Diego solicitaba su traslado a otro presidio en
1797 debido a que el teniente continuaba enamorando a su mujer. Pero fue el alcohol el que
lo perdió definitivamente. La embriaguez constante lo consumió. A pesar de haber sido
ascendido a capitán en 1797, Borica le concedió licencia e incluso pidió pasarlo a la
lista de inválidos en 1799. Partió a Mexico pero falleció a los dos días de haber
salido del puerto.
Pero Grajera no estaba solo. Desde 1796 Alberni había destinado a su segundo, el
teniente Pedro Font con 25 voluntarios catalanes que vinieron a augmentar las tropas
presidiales. Oficialmente, Manuel Rodríguez que actuaba como habilitado y que estaba
destinado a San Francisco, reemplazó a Grajera y después de 1800 recibió sus despachos
de teniente. El alférez de la compañía era Pablo Grijalava, hombre veterano que pasó a
la lista de inválidos en 1796 con medio sueldo de teniente, grado al que se le ascendió.
Se radicó en California donde viviría 12 años más. Su reemplazante fue un oficial
traído expresamente de México, José Luján. El sargento Ignacio Alvarado que había
servido con Grijalba por muchos años, se retiró también en 1795, al parecer ya agotado
por sus años de servicios pues se le acusaba de faltas de energías. Se estableció
también en California. Fue reemplazado por un veterano, el sargento Antonio Yorba, uno de
los voluntarios catalanes que habían venido con Fages y que era yerno de Grijalava. Pero
a los dos años se pensionaba también siendo reemplazado por Francisco Acevedo. Quince
inválidos vivían junto al presidio al finalizar el siglo.
La tropa de San Diego variaba considerablemente en número ya que siendo el último
eslabón entre Alta y Baja California y el camino el más peligroso de cuantos cruzaba el
correo. Las escoltas e intercambios eran numerosos. La guarnición consistía en unos
sesenta hombres entre los que se contaban dos mecánicos, un armero y un carpintero. La
adición de los 25 voluntarios de Font y una fuerza de seis artilleros al mando del
sargento José Roca que guarnicionó el Fuerte Guijarros, aumentó considerablemente el
número de habitantes del presidio y sus casas vecinas que sobrepasó las 150.
Los edificios mismos del presidio adolecían de los mismos males que ya se han visto en
San Francisco aunque el clima no era tan inclemente. La madera utilizada era de pobrísima
calidad. Las bodegas, la casa del comandante y otras dependencias, estaban en buen estado,
según el informe de Borica. Se ordenó cortar madera en Monterey y enviarla por mar a San
Diego para hacer las reparaciones necesarias y construir el Fuerte Guijarros y las
dependencias para los catalanes. En noviembre de 1796 con salvas de artillería se
celebraba la bendición de los nuevos edificios que consistían en una santabárbara y en
cuarteles para los soldados catalanes.
Con la excepción del terreno irregular en que se encontraba, el presidio de San Diego
no difería mucho del de San Francisco o Monterey. Por el lado norte se alineaban la
comandancia y algunas casas de sargento, alférez y soldados. A pocos metros se levantaba
la pared de adobes, construcción más baja que las de los otros presidios pues no llegaba
a los dos metros de altura. Hacia el oeste las casas de los soldados colindaban con la
muralla. Hacia el oeste no había construcciones, solo la pared con sus refuerzos. La
capilla se encontraba cerrando la plaza de armas hacia el oeste, mientras otros edificios,
como bodegas, pesebreras y cocinas se respaldaban con la pared frontal. Los techos eran de
tejas.
En Santa Barbara, Goicoechea era también un oficial de primera categoría, como que se
le escogió para poblar Bodega, misión que no prosperó por razones ajenas a su voluntad.
Sin embargo, era un excelente administrador de la planta física a su cargo. La iglesia,
las bodegas, los muros exteriores separados por corrales de los edificios habitacionales,
todo indicaba que era el mejor de los presidios de California. Fages había ordenado
algunos cambios, como la separación de las cocinas del edificio habitacional, ubicación
que había causado daños por incendio. Los muros eran sólidos y enmarcaban completamente
la clausura. Se supone que el fuerte estaba protegido, además de los muros por dos
baluartes uno en el ángulo este y el otro en la esquina opuesta, hacia el oeste. Pero las
fundaciones del basti+on oeste nunca se han encontrado, lo que hace pensar que no se
construyó.(21) Los maderos estaban carcomidos pero ya
hacia 1791 se habían reemplazado los techos de tules con tejas y en 1793 el gobernador
declaraba que era el mejor presidio bajo su mando. Vancouver, nuestra mejor fuente
descriptiva, dice:
Tenía una apariencia mucho más civilizada que cualquiera de los otros
establecimientos españoles que visitamos. Los edificios tenían apariencia regular y bien
construidos, las paredes blancas y limpias y los techos de las casas cubiertos con tejas
de rojo brillante. El presidio excele a todos los otros en limpieza y en otros detalles
pequeños pero de comodidad esencial; se encuentra en una pequeña elevación del terreno
y se ha construido sobre una base con lo que su apariencia mejora mucho.(22)
Goicoechea servía también como habilitado con gran acierto y en 1798 se le ascendió
a capitán. Pedro Antonio Cota que había servido como cabo y sargento, fue ascendido a
alférez en 1788 y sirvió en ese cargo hasta su muerte en 1800. El hijo del recordado
teniente Ortega, José María, tomó el cargo de sargento que compartía con Olivera y
Carrillo. En 1795, cuando Carrillo fue enviado a Monterey como alférez, Francisco María
Ruiz asumió como el tercer sargento. La guarnición contaba, como en San Diego, con unos
sesenta soldados, número suficiente al parecer, aunque resguardaba cuatro misiones. El
excelente clima, los agradables contornos, atrajeron a catorce inválidos a las cercanías
del presidio. Fue el germen de la actual ciudad de Santa Barbara una de las más bellas y
agradables de California.
Hemeregildo Sal cuyas dotes habían sido suficientes para escalar de convicto a
oficial, tenía sin embargo mala suerte en los asuntos de la planta física del presidio.
Al parecer, los inviernos en San Francisco fueron crudísimos. Lluvias constantes entre
los meses de octubre y mayo, ventarrones del norte, ésto unido a la mala calidad del
suelo, a la falta de buena paja para los adobes y vaya ya a saberse a que otros elementos
hoy desconocidos, había arruinado las paredes del presidio en las que había crecido el
pasto, de manera que los edificios se veían rodeados de una franja verde.(23)
Vancouver lo describe como un cuadrado de unas doscientas yardas por lado, cerrado por
una pared de tierra lo que le daba la apariencia de un corral para el ganado. Por encima
de esta pared de 14 pies de alto, (4,2 metros), y 5 pies de espesor, (1,5 metros), se
veían los techos de tule de las casas de los soldados. Uno de los costados no estaba
cerrado por una pared sino por ramas y arbustos malamente amarrados a postes enterrados en
la tierra. La casa del comandante, no tenía más piso que tierra apisonada y las ventanas
eran agujeros en la pared cerradas por postigos pero sin vidrios.
En 1792 Sal había enviado un informe y plano del presidio solicitando que se le
destinaran algunos recursos. Tres de las paredes eran de adobes con bases de piedras pero
engastadas en barro. La cuarta pared era de empalizada pero como había que traer la
madera desde el sur, unos 40 kilómetros, se habían usado ramas de los chaparros locales.
El tule venía todavía de más lejos, de manera que se le permitía secarse, no se le
reemplazaba y las junturas del techo se rellenaban con barro, con las consecuencias
lógicas durante la temporada de las lluvias. El fuerte de San Joaquín sufrió daños de
consideración en enero de 1798. Alberni informaba que "los últimos 8 días de
diciembre fueron abundantísimos y un uracán furioso ha arruinado y derrotado las paredes
del fuerte de San Joaquín."(24)
La casa del comandante tenía 4 habitaciones y un patio posterior que se cerraba por la
muralla. La casa del sargento tenía paredes de piedra toscamente apiladas sin cemento. La
capilla de 19 por 8 varas parece haber sido el edificio de mejor apariencia pues se la
había encalado. Completaban el conjunto las casas de los soldados, las bodegas, calabozo
y guardia. A juicio de Sal estos últimos edificios podían derrumbarse en cualquier
momento. El alférez no podía destinar más gente a las reparaciones. Recuérdese que en
esos días estaba en construcción el fuerte de San Joaquín, que San Francisco proveía
de guardias a tres misiones y al pueblo de San José primero y luego a un segundo,
Branciforte. Hasta 1796 la compañía contaba con 31 soldados, el sargento Pedro Amador y
supuestamente dos oficiales. Argüello que era el comandante nominal, estuvo en Monterey
entre 1791 y 1794. Esta situación puso a Sal como comandante accidental hasta 1794 en que
el alférez José Pérez Fernandez lo relevó. Argüello recibió ordenes de reintegrarse
a su compañía en 1795 pero hacia junio de 1796 el mando lo tomó efectivamente Don Pedro
Alberni con el grado de teniente coronel de infantería. Alberni retuvo en San Francisco
25 de sus voluntarios, lo que ayudó mucho a la guarnición, ya que de los 31 soldados, 20
estaban permanentemente en las custodias de misiones y pueblos, unos 5 más en misiones de
correo y si el teniente o alférez salía en exploraciones, el lugar quedaba
prácticamente desierto. Los alféreces actuaron como habilitados hasta 1796 en que se
nombró a Raimundo Carrillo para este cargo. Desde 1797 a 1800 el alférez nominal del
presidio era Manuel Rodríguez que nunca llegó a San Francisco de manera que el cargo de
alférez permaneció vacante. El sargento Pedro Amador, bajo el efectivo mando de Alberni
y Argüello llenaría esas funciones. Durante este período se habia renovado el
armamento, las cueras y otros equipos. Existían amplias reservas de municiones.
Hay que considerar por último que la construcción del fuerte de San Joaquín y sus
constantes reparaciones prácticamente absorbió todos los recursos del presidio y de la
guarnición. Trabajaban en las obras más de cien indios guiados por soldados que
trabajaban también. Considerando el tamaño y el esfuerzo desplegado, no es de
extrañarse que las casas de los soldados estuvieran en iguales o peores condiciones diez
años después del informe de Sal.
Finalmente, Monterey era la sede del gobierno y el gobernador estaba a cargo de los
edificios secundado por el comandante de la compañía. Cardero que nos dejó una buena
ilustración, lo describe así:
El edificio del presidio que está cerca del mar en la parte sudeste del puerto, no es
más que un espacio cuadrado cerrado por una pared baja con una segunda pared
concéntrica, entre las dos se encuentran las habitaciones de quienes viven y trabajan
allí. La iglesia de tamaño adecuado y decente se encuentra al lado opuesto de la
entrada. A un costado del presidio hay un corral grande donde se encierra el ganado. A la
entrada del edificio dos o tres malos cañones se asoman para responder a las señales de
los barcos que buscan el fondeadero.(25)
La comandancia se mantenía en buenas condiciones pero no así las dependencias que
necesitaban de urgentes reparaciones. Un incendio en 1789 había obligado a la
reconstrucción de muchos edificios y se habían usado en los posible, las antiguas
fundaciones.(26)
Un segundo incendio en 1792 causó nuevos daños. Según Vancouver, afuera de la
comida, todo faltaba en Monterey y al partir, les dejó de regalo en la playa casi dos
toneladas de hierro en diferentes formas que podrían usar en sus construcciones. El
inglés encontró que el presidio no difería mucho del de San Francisco pero su
situación no era buena pues había terreno cenagoso entre el edificio y la playa. Dos
bastiones circulares montaban cañones en dos esquinas y la casa del comandante era mucho
mejor que las otras pues tenía pisos de madera. Las paredes eran bastante sólidas,
construidas por Neve con piedra y cal. Hacia el norte estaba la entrada, la guardia y las
bodegas. Hacia el oeste quince dependencias servían al gobernador y a otros oficiales. Al
lado opuesto estaban la herrería, nueve casas para soldados y otros edificios menores.
Frente a la entraba estaba la iglesia que había sido construida con planos enviados desde
México y por los marineros, indios y soldados de la guarnición.
La tropa era un poco más numerosa que las de los otros presidios. Varían sus números
entre sesenta a noventa durante la década. A éstos habría que añadir unos 20
voluntarios de la compañía de Alberni los que hicieron pasar el número a más de cien.
La compañía del presidio estaba comandada por dos oficiales. Un cirujano, un sangrador,
tres mecánicos y seis sub-oficiales completaban la plana. Hasta agosto de 1792 figuró
como teniente Diego Gonzáles aunque ya había salido a su nuevo puesto en la frontera
años antes. Le sucedió León Parrilla de triste memoria hasta 1795. Parrilla dio
muestras de demencia de manera que Argüello tuvo que tomar sus atribuciones. El
gobernador ordenó mantenerlo con centinela a la vista aunque no bajo arresto. Varias
veces intentó escapar del presidio, incluso en una ocasión alcanzó un bote con
intenciones de hacerse al mar. Al llegar Borica tomó acción inmediata declarándolo
inhabilitado para desempeñar cualquier oficio y en la primera oportunidad, lo embarcó
para San Blas. Se desempeñaron como comandantes Ortega que venía de Santa Barbara hasta
1791 y luego Argüello al que hubo de llamarse desde San Francisco pero que conservó el
cargo hasta 1796. En ese año Hemeregildo Sal fue ascendido a teniente y se le dio el
mando de la tropa hasta su fallecimiento ocurrido en 1800. Le sucedió Raimundo Carrillo.
Bajo Carrillo el mando supremo de la guarnición recayó sin embargo, en Pedro Alberni que
se trasladó desde San Francisco a Monterey.
En Monterey el cargo de habilitado lo desempeñó el comandante, excepto por un corto
período. Sal y Carrillo lo cumplieron como alféreces antes de ascender a tenientes. Los
sargentos de Monterey fueron Manuel Vargas hasta 1794 en que lo reemplazó Macario Castro.
Monterey atraía a más de 25 veteranos a finales del siglo que vivían en casas de adobe
cerca del presidio. Sobre esta situación comentarían Dionisio Galiano y Cayetano Valdés
al visitar Monterey en sus naves Sutil y Mejicana:
"Estos merecedores soldados ( se refieren tanto a los presidiales como a los
inválidos), y no los colonos más inútiles, viven en la aflicción de que cuando, con
decayente energía no puedan soportar las fatigas de su profesión, no se les permite
establecerse allí para dedicarse a la agricultura. Esta prohibición de arar la tierra
cerca del presidio y de construir casas, parece todo lo contrario a los propósitos de
utilidad, seguridad y prosperidad de esos establecimientos." (27)
Borica se preocupó también de la necesidad de aumentar la población de gente de
razón. Para esto, dio ordenes a los comandantes de presidios de favorecer en todo sentido
el casamiento de los soldados solteros prometiendo una bonificación de cuarenta pesos a
aquellos que contrayeran matrimonio.(28)
Borica solicitaba también que se enviaran a California mujeres honestas y de este
pedido puede haber resultado el envío de 19 muchachas huérfanas que se distribuyeron
entre las familias de los soldados. Dos de ellas contraían matrimonio antes de un año de
su llegada.
Durante el período 1791-1800 el estado de los presidios, la condición de la tropa,
las defensas costeras y otros elementos conectados con la organización militar, mejoraron
e incrementaron. El desempeño de Borica, la guerra entre España y Francia, las visitas
de ingleses, habían sido las causas principales del lento pero fuerte crecimiento.
Las actividades ganaderas del Real Ejército
Todos los presidios mantenían caballares y ganados. Los primeros eran esenciales para
el uso de la tropa de caballería y los mulares para el transporte. El ganado vacuno y
menor se destinaba a carne y cueros que se consumían en los presidios dando raciones a
los soldados o en venta como carne fresca, carne en pié y en algunos casos, charqui. El
país se prestaba a la maravilla para la ganadería. El presidio de Monterey contaba con
un Rancho del Rey, magnífica extensión prácticamente ilimitada con aguas y pastos.
Parte de la tropa tomaba las labores de vaqueros y cuidaba que el ganado no fuera carneado
por lo indios y protegido de alguna manera de los animales salvajes como pumas y coyotes.
Hacia 1791 el rey poseía cinco mil cabezas de ganado vacuno y dos mil caballares. Diez
años más tarde el hato de ganado había decrecido a 1600 mientras los caballos pasaban
de seis mil. Pero además de los ganados del rey pastaban más de mil caballos, 700 vacas,
250 mulas y cuatrocientas ovejas, propiedad de la compañía del presidio o de individuos.
En San Diego la caballada osciló entre 900 y 1200 cabezas, unos 50 mulos y tres
burros. El ganado vacuno alcanzaba a más de 700 y algunas vacas lecheras se mantenían
cerca del presidio donde proveían leche para el establecimiento. Santa Barbara no tenía
Rancho del Rey y su ganado debía mantenerse separado del de la misión. Pero las
estadísticas muestran 4 mil animales entre caballos y vacunos y 400 ovejas.
En San Francisco como en Santa Barbara, el ganado del rey interfería con los piños de
la misión. Con un hato inicial de 115 cabezas en 1777, el Rancho del Rey alcanzaba 700
cabezas en 1791. Pero ese año por petición del padre presidente, el gobernador Arrillaga
ordenó el traslado del ganado a Monterey, dejando sólo algunas vacas lecheras en el
presidio. Sal, que como habilitado debía procurarse de carne en Monterey sugirió a
Borica que se restableciera el Rancho del Rey. Se compraron para esto 265 cabezas,
probablemente de la misión de Santa Clara y del pueblo de San José. Alegaron otras vez
los franciscanos que se estaban arruinando sus lugares de pastoreo y su negocio de ventas
de carne. Las quejas llegaron hasta México y el virrey pidió un informe al gobernador.
Este lo hizo por intermedio del informe de Argüello que había sido testigo de la mala
calidad de la carne que vendían los franciscanos. Probó además que los lugares de
pastoreo que usaba el ganado del rey no interferían en absoluto con el de los frailes. El
virrey ordenó mantener el Rancho del Rey.
Comparando las cifras de 1800, al término del gobierno de Borica con los datos dejados
por Malaspina en su visita a Monterey en 1790 podemos obtener siguiente cuadro
comparativo:
Presidio |
Caballos |
Mulas |
Burros |
Vacunos |
Año |
1790 1800 |
1790 1800 |
1700 1800 |
1790 1800 |
Monterey |
290 |
47 |
|
|
Rancho del Rey |
1582 6000 |
8 250 |
30 |
3340 1600 |
San Diego |
112 1200 |
85 50 |
5 |
|
Rancho del Rey |
|
|
|
672 700 |
San Francisco |
172 |
36 |
|
1222 265 |
(El rancho del rey en San Francisco había sido pasado a Monterey en 1791)
Las nuevas misiones y un pueblo nuevo
Durante el gobierno de Borica se establecieron varias misiones. Primero fue necesario
hacer exploraciones para lo cual los misioneros fueron acompañados por escoltas,
probablemente de sus propias misiones. Obtenidas todas las autorizaciones y completadas
las comunicaciones entre virrey, guardián, padre presidente y gobernador, salieron
expediciones a confirmar o escoger el lugar por terrenos ya conocidos pero en algunos
casos se adentraron en lo que era hasta entonces Terra incognita. Curiosamente,
los militares y misioneros ignoraban casi por completo la geografía de la contra costa de
la bahía de San Francisco. Los indios de las misiones de Santa Clara y San Francisco no
se atrevían a entrar en el territorio pues lo creían habitado por hombres perversos.
Pero el sargento Pedro Amador, siguió la ruta de Anza que había explorado 20 años antes
y nombró Alameda a un lugar que todavía conserva el nombre. En sus cercanías se fundó
la Misión de San José en 1797. Se le asignó una custodia de cinco soldados a cargo del
cabo Miranda.
En 1797 Borica ordenaba al cabo Ballesteros que con cinco hombres fundara la misión de
San Juan Bautista. Para el 17 de Junio, Ballesteros había levantado una iglesia de
madera, una casa, granero y guardia. El 24 del mismo mes, día de San Juan, Lasuén
bendecía la misión. La tercera misión fue San Miguel que se encuentra en el valle de
Salinas entre las misiones de San Luis Obispo y San Antonio. El 25 de Julio de 1797 se
fundaba la misión dejándose una custodia de cinco hombres al mando del cabo José
Antonio Rodríguez.
Dos misiones se establecerían en el sur. Entre San Buenaventura y San Gabriel
encontraron los frailes un lugar apropiado pero que estaba ocupado por un colono llamado
Reyes. Pero los frailes ocuparon el jacalito de Reyes y levantaron la cruz y una enramada
provisional. Goicoechea asignó al sargento Olivera para los trabajos iniciales pero es
poco probable que haya permanecido en custodia permanente. Fue ésta San Fernando Rey de
España.
La última misión se fundó al año siguiente. En febrero de 1798 Borica ordenaba al
comandante de San Diego que enviara una escolta ordenando a los soldados que trabajaran en
los edificios sin quejas ni murmuraciones y bajo las ordenes del padre Lasuén. El lugar
escogido está entre San Juan Capistrano y San Diego y a pesar de que no parecía lugar
apto para la ganadería ni agricultura se procedió a fundar la última misión del siglo
por la gran afluencia de indios que el lugar presentaba. Esta fue la misión de San Luis,
Rey de Francia.
Borica traía entre sus instrucciones, la misión de fundar un pueblo en la costa,
debidamente fortificado y guarnicionado con soldados que serían también los pobladores.
La fundación de esta villa tenía por objeto incrementar la población de gente de
razón y era parte del plan de defensa del virrey Branciforte. El informe de
Constansó urgía poblar California y sugería dos métodos: que el galeón de Manila
trajera a Monterey soldados que habían terminado sus servicios en Filipinas y que
quisieran establecerse en California. Otra alternativa era poner pobladores en las
misiones de manera que sirvieran de ejemplo a los indios.
Branciforte creyó que era más fácil establecer un nuevo pueblo que de un sólo
movimiento proveyera un aumento de colonos y un refuerzo a la defensa.(29)
Borica pidió a Alberni y a Córdoba que exploraron la región cercana a San Francisco
e hicieran una recomendación al respecto. El sargento Amador recorrió otra vez la ruta
de Portolá por la costa tratando de encontrar un lugar apropiado. En 1796 Alberni y
Córdoba presentaron tres posibilidades: San Francisco, Alameda y Santa Cruz. De los tres,
se eligió el peor, la ribera sur del río que separaba a la misión de Santa Cruz en la
bahía del mismo nombre. El gobernador envió al virrey su informe pidiendo los recursos
necesarios, la gente y otras consideraciones.
El 12 de mayo de 1797 llegaba a Monterey la fragata Concepción
trayendo abordo nueve colonos con sus familias. Esta gente venía en pésimo estado de
salud, muchos enfermos de sífilis, vestidos de andrajos y sin recursos de ninguna
especie. Su estado moral no era mejor. Se trataba de vagabundos y criminales recolectados
en México. Tuvo Borica que hacer un esfuerzo por vestirlos y restituirlos a la salud.
Para no mezclarlos con la gente de Monterey, lo que sin duda causaría enormes problemas,
ordenó que se construyera inmediatamente algún tipo de refugio en el nuevo pueblo de
Branciforte.
Fueron otra vez los sufridos soldados del rey los que tuvieron que empezar construyendo
miserables jacales de ramas y tules en que hospedarse mientras construían las viviendas
de los nuevos pobladores. Quedó a cargo de la construcción el sargento Gabriel Moraga
quien se desempeñaría como comisionado de la villa.
Las instrucciones de Borica a Moraga son explícitas. La villa deberá regularse
cuidadosamente. Los habitantes deben vivir en paz y armonía. No se permitirán las
relaciones ilícitas, el juego, la borrachera, ni la ociosidad. Hay varias obligaciones
religiosas, como rezar el rosario, asistir a misa, confesarse y comulgar una vez al año,
etc.
En agosto llegó el ingeniero Córdoba para delinear el pueblo y diseñar los edificios
permanentes. Había suficiente cantidad de madera y piedras, pero el costo lo estimó en
23 mil pesos. Borica no contaba con los fondos y el virrey no los envió tampoco.
Branciforte quedó como estaba, con sus jacales de tule y ramas, sus nueve pobladores, su
comisionado y su custodia militar. Curiosamente, esta gente mostró cierta iniciativa y al
año siguiente ya tenía un excedente de granos. Se agregaron algunos inválidos y Moraga
era reemplazado en 1799 por Ignacio Vallejo. Para entonces el número de cabezas de ganado
pasaba de 500 y las cosechas de maíz, trigo y frijoles mostraban excedentes.
Como era de esperarse los misioneros de Santa Cruz se quejaron de la proximidad del
pueblo y de la ocupación de la tierra apta para la agricultura. La queja siguió los
canales regulares: misión, padre presidente, guardián de San Fernando, virrey y devuelta
al gobernador. La respuesta de Borica es interesante por que da la primera indicación de
un fenómeno que hasta ese momento nadie había observado: la desaparición del aborígen.
Dice Borica que los misioneros ya no tendrán a quien convertir y por lo tanto no
necesitan tierras que ya no pueden cultivar por falta de brazos. Sin embargo, informa al
virrey que el comportamiento de la nueva gente provoca escándalo en el país, que odian
este exilio y que no prestan servicio ninguno.
Dificultades con los indios
Durante el gobierno de Borica no hubo que enfrentar grandes problemas con los indios.
No se hizo intento alguno de reabrir tampoco la ruta del Colorado y aunque el gobernador
tenía esperanzas de que era posible cruzar los tulares y comunicarse con Nuevo México,
estas iniciativas no llegaron a nada.
Los mayores problemas indios surgieron en San Francisco y fueron provocados por los
indios de la contra costa. La misión de San Francisco había perdido a varios neófitos y
los misioneros, siguiendo la sabía política de Fages enviaron a un contingente de indios
cristianos a buscarlos. La expedición fue emboscada y siete indios cristianos murieron,
logrando los otros escapar a duras penas. Los misioneros pidieron ayuda a los militares.
Borica informó al virrey pero se negó a prestar el concurso de la tropa. Cuando más de
200 indios desertaron de la misión, Borica quedó convencido que el tratamiento cruel a
que estaban sujetos era la causa del abandono y pidió a los frailes que no enviaran más
mensajeros. Pero en 1797 los franciscanos enviaban a otro emisario que si bien fue
maltratado, volvió con vida para contar que los Sacalanes, tribu de la contra costa, se
preparaban para atacar la misión de San José.
Borica envió a José Amador con 22 hombres que cayó al amanecer sobre la ranchería
de los Sacalanes, pero los indios estaban preparados y se defendieron con energía.
Hirieron a dos soldados aunque tuvieron siete muertos. Amador cayó luego sobre los
Cuchillones a los que puso en retirada después de matar a un indio. El 18 de Julio de
1797 volvía Amador a San José con 83 indios cristianos rescatados, cinco sacalanes y
tres cuchillones, todos implicados en los asaltos y asesinatos. Borica los hizo azotar y
servir por un tiempo en la misión o en el pueblo. En todos los casos los neófitos
fugitivos dieron como razones para su huida los malos tratos, las constantes azotainas,
hambre y la muerte de sus parientes próximos.(30)
Hubo otras hostilidades sin importancia. En San Luis Obispo y Purísima se hicieron
algunas amenazas a los misioneros. En 1798 Macario Castro tuvo que salir en campaña cerca
de San Juan Bautista donde los gentiles habían asesinado a un neófito. Castro mató un
cacique y tomó cuatro rehenes. Pedro Amador y Macario Castro hicieron otras incursiones
en busca de fugitivos en las que se usó la persuasión antes que la fuerza. En una de
estas patrullas Amador capturó varios indios. No pudo interrogarlos pues no tenía
interprete. No sabiendo si eran o no culpables, los hizo azotar a todos para que no se
perdiera la ocasión.(31)
En general puede decirse que la década fue un período de paz en cuanto a las
relaciones entre indios y españoles se refiere. Las mayores hostilidades ocurrieron entre
neófitos y gentiles.
Fin del gobierno de Borica
En abril de 1799 Borica solicitaba al virrey su traslado a otra posición en la Nueva
España. La verdad es que había desplegado un gran esfuerzo en California, había
cumplido y no se había enemistado con los franciscanos. En otras palabras, merecía y
pretendía que se le diera la gobernación de una región rica y más cerca de la ciudad
de México. Decía haber servido 36 años en el Real Ejército de los cuales 25 había
pasado en campaña en la Nueva España. El virrey no lo trasladó pero le concedió ocho
meses de licencia. En enero de 1800 acompañado de su esposa, hija y de un niño nacido en
California, zarpaba desde San Diego dejando un grato recuerdo del más próspero y
pacífico gobierno que existiera en California.
El virrey no nombró sucesor. Ordenó que Arrillaga tomara una vez más el cargo de
gobernador interino pero que permaneciera en Loreto. El comandante general de armas,
coronel Alberni estaría a cargo de las fuerzas militares y de Monterey.
Borica no sobrevivió mucho tiempo, pues el 11 de Julio de 1800, fallecía en Durango.
NOTAS
1. Para un análisis más profundo de las cualidades que presentaban
los cuatro candidatos veáse el artículo de Manuel P. Servín, "The Quest for the
Governorship of Spanish California", California Historical Society Quarterly,
Vol. 43, Núm. 1 Marzo de 1964.
2. Memorias de Romero, ya citadas, p. 4
3. Romero, "Memorias" p. 4
4. Informe a Revillegigedo y Aranda el 30 de noviembre de 1792. AGN,
Californias, Vol. 6, fljs. 73-75.
5. Informe de Constansó, en AGN, Californias, Vol. 6 fjs. 102-110.
Otro en Bancroft Library, MS. 401. Aparece también completo en Noticias y
Documentos acerca de las Californias.
6. Véase la introducción a la traducción del informe por Manuel
P. Servín, en California Historical Society Quarterly, Vol. XLIX:3, p.
221
7. A la larga, todos los esfuerzos fueron vanos. Cuando una
insignificante fuerza corsaria atacó Monterey, su gente huyó, como se verá más
adelante
8. Un mapa del teniente William Warner trazado en 1847 muestra las
ruinas de esta primera fortificación que daba cara hacia el interior de la bahía. V.
San Francisco Chronicle, "Oldest Topographic Map of S.F. Found", Mayo
22, 1972, p. 3.
9. Sal a Arrillaga informa del estado de la construcción el 25 de
Julio de 1793. Papeles de Estado, California, LIV, 342.
10. Tays, Castillo, pp. 10-11.
11. Sal a Arrillaga, 31 de Julio de 1792, Papeles de Estado, LV,
74. Sobre el origen y conservación de estos cañones, fundidos en Perú entre 1628 y
1693, veáse Watson, Douglas. "San Francisco's Ancient Cannon, An Inquiry into their
History and Origin ", California Historical Quarterly, XV, I, Marzo
1936, pp. 58-69.
12. Pérez a Borica informa del costo total del castillo el 31 de
enero de 1795. California, Papeles de Estado, LIV fojas 52-53.
13. Una ficha con varios datos importantes sobre estas defensas
está en la biblioteca del California Pioneer Society en San Francisco, Archivo Knowles.
14. Ruhge, Gunpowder and Canvas, p. 4-18. Las
excavaciones del arqueólogo W. E. Pritchard han hecho posible seguir la evolución del
bastión.
15. Una descripción histórica defectuosa de este fuerte pero con
valor arqueológico, se encuentra en "El Castillo de Monterey, Frontline of
Defense" por Diane Spencer-Hancock y William E. Pritchard, California History,
Vol.LXIII:3, Verano 1984, pp. 230-241. Pritchard dirigió las excavaciones del fuerte y
presidio.
16. Vancouver, Op. Cit. Vol. I, p.242
17. El virrey Martín de Mayorga ordenaba en enero de 1781 que se
enviaran dos cañones de bronce a Santa Barbara, pero éstos se destinaron probablemente
al presidio. AGN, Marina, Vol.49. fjs. 3 y respuesta de Aliaga en fj.62.
18. Existía hasta hace poco, (1991) una placa de bronce para
conmemorar el posible lugar de la batería, que se dice fue erigida en 1795, sin embargo
fue removida durante una modernización de la plaza de estacionamiento. Langellier y Rosen
creen que esta batería se irigió durante el período mexicano, El Presidio,
p.77 footnote 63.
19. AGN, Californias, Vol. 9 fjs. 288-289. Esta compañía,
originalmente formada por europeos, se había diluído considerablemente hacia 1795.
Alberni informaba que tenía sólo 8 catalanes, 5 castellanos, 7 andaluces, 4 del resto de
España y un piamontés, 42 soldados eran criollos de la Nueva España. La compañía
tenía 70 buenos fusiles y sus respectivas bayonetas el 11 de septiembre de 1795.
20. Un estudio bastante completo con planos abundantes de las
plantas físicas de los presidios, se encuentra en "Alta California's Four
Fortresses", por Richard S. Whitehead. Originalmente publicado en Southern
California Quarterly 66(1):73-89, ha sido reproducido en Spanish Borderlands
Sourcebooks 23, p. 281
21. Un excelente estudio de la planta física de este presidio es Citadel
on the Channel por Richard E. Whitehead, publicado por la Santa Barbara Trust for
Historical Preservation en 1996. La descripción del baluarte se halla en la página 119.
22. Vancouver, Op. cit. II, p. 495
23. Rosen, Presidio of San Francisco, menciona la
mala calidad del adobe, p. 15
24. Alberni a Borica, 2 de marzo de 1799 y una "Relación de
las ruinas que padecieron en su fábrica el fuerte de San Joaquín, batería de Yerba
Buena y este presidio" fechado el 28 de febrerode 1799. AGN, Californias, Vol. 9,
fjs. 456 - 458.
25. Citado por Cutter, California in the 1890's,
p. 121
26. Por alguna razón u otra Monterey sufría de incendios
periódicos. Veáse el informe de Fages, en AGN, Californias, Vol. 46, fjas. 29-41 para
daños del primer gran incendio.
27. Citado por Bancroft, California, I. p. 507.
Cutter, California in the 1890's, p. 124 . Veáse informe de Arrillaga en
AGN, Californias, Vol. 9, fjas. 446-447.
28. Borica a comandantes de presidios, abril 13, 1795, Archivo
Militar de California. Provincial State Papers, Vol II. 405-406
29. Guest, Florian O.F.M. "The establishment of the Villa of
Branciforte", California Historical Society Quarterly, Vol. XLI:1,
Marzo 1962 p. 29-50. Este excelente artículo es la mejor fuente para la historia de
Branciforte. Fray Guest afirma que la intención del virrey era crear la población con
los Voluntarios de Cataluña que completaran su servicio. Veáse también el artículo de
Daniel J. Garr, "Villa de Branciforte: Innovation and Adaptation on the
Frontier", The Americas 35 (1):95 y reproducido en Spanish
Borderlands Sourcebooks 23, p. 309.
30. Estas declaraciones confirman la sospecha de Borica que los
indios estaban muriendo en números elevados. La muerte por epidemias fue la causa de la
extinción del indio californiano.
31. Informe de Argüello a Arrillaga, San Francisco, Mayo 20, 1800.
Papeles de Estado, California, XI, 32.
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