3: Primer Gobierno de Fages
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Problemas de crecimiento y abastecimiento
Pocas noticias han quedado del primer año de gobierno bajo Fages. El presidio y
misión de Monterey habían sido abastecidos con suficientes provisiones y materiales para
un año. Además de los cuatro misioneros, estaban allí Fages y sus 19 soldados. Debemos
presumir que Fages y sus voluntarios colaboraron con los soldados de cuera en la
construcción de estructuras más permanentes, esto es, de adobes con techos de tejas, o
de troncos que sostenían techumbres de tierra ya que se habla de edificios con techos
planos. Es posible que funcionando la calera, se hayan echado fundaciones de piedra y
ladrillo para construir sobre ellas paredes de adobe a las que se protegía de la lluvia
con un alero que sostenían postes de palo colorado. Más tarde se las revestiría de
ladrillos. Durante este primer año no se tiene noticias de dificultades con los soldados.
En San Diego no se tenía la misma acumulación de provisiones para dos frailes, el
sargento Ortega con ocho soldados y un puñado de arrieros e indios baja-californianos.
Con la llegada del capitán Rivera y Moncada y sus 20 soldados de cuera que arreaban un
hato considerable de ganado vacuno, pudieron los misioneros y soldados allí destacados,
tener un poco más de seguridad en cuanto a su sustento. El capitán Rivera tenía ordenes
de dirigirse a Monterey con parte de su gente pero no las cumplió permaneciendo en San
Diego. Se había producido una anómala situación en que Fages, con rango de teniente,
era vice-gobernador y el capitán quedaba bajo sus ordenes.
Se encontraba todavía en la bahía el San Carlos o Toisón
que su capitán Vicente Vila había logrado mantener con cinco marineros, únicos
sobrevivientes del escorbuto. Embarcando a dos soldados y dos arrieros para completar la
tripulación, largó sus velas y partió rumbo a San Blas donde arribó sin mayores
contratiempos. Vila enfermó al poco tiempo y falleció.
En México, el incansable Gálvez tenía la visión e inteligencia para comprender que
se tardaría mucho tiempo hasta que estos establecimientos pudieron auto-abastecerse por
lo que la base naval de San Blas con sus barcos y su sistema de aprovisionamiento era
indispensable para el mantenimiento de los alejados destacamentos y misiones. Por otro
lado, la extensión del territorio y el número considerable de la "gentilidad"
hacían necesaria la fundación de más misiones que pudieran convertir a esta gente en
súbditos del rey y en buenos cristianos. Puso el visitador todo su ahinco en resolver
ambas dificultades.
Fue así como el 21 de Mayo de 1771 anclaba en Monterey el San Antonio
con diez misioneros y los elementos necesarios para crear cinco misiones. Pocos días
después zarpaba con rumbo a San Diego llevando a seis misioneros destinados a las
misiones del sur y al gobernador Fages. Serra decidió proceder por si sólo y en Julio
procedía a fundar la misión de San Antonio de Padua para lo que se hubo de proveer seis
soldados como custodia. Entre los edificios se levantó un pequeño cuartel y los
misioneros proveerían a la escolta de alimentos. Fue esta la primera "custodia"
para una misión, sistema que se usaría en todas las nuevas misiones que estuvieran
separadas de un presidio.
En San Diego la fuerza militar era de 22 soldados de cuera, un sargento y un capitán.
Al parecer Rivera limitó sus actividades dejando que los soldados descansaran hasta la
llegada de Fages que venía con intenciones de establecer cuanto antes la misión de San
Gabriel. El gobernador informaba al virrey que estaba satisfecho con los progresos que se
habían hecho en San Diego en cuanto a edificios y cultivos. El ganado prosperaba pues
había 82 vacas y 7 toros, además de algunas crías. Todo esto, más sus intenciones de
fundar las dos misiones, comunicaba el gobernador al virrey en un oficio que envió en el San
Antonio en su viaje de vuelta a San Blas.
Fages como oficial de tropa de línea, no tenía gran admiración por los soldados de
cuera. En cierta ocasión escribió que eran "perversos" y no tenía tampoco
gran respeto por los cabos y sargentos a quienes no deseaba delegar su autoridad. A su
llegada debe haber impuesto una estricta disciplina en los poco marciales soldados de
cuera ya que al día siguiente del zarpe del bergantín, desertaron nueve soldados y un
arriero.(1)
Fages optó por la solución más fácil e ignorando las Ordenanzas pidió al padre
Paterna que saliera a buscarlos ofreciéndoles un perdón incondicional. Se había
establecido un mal precedente pues el 6 de agosto desertaban un cabo y cinco soldados,
llevándose 45 caballos. A las dos semanas volvían para robar ganado. Fages había
quedado prácticamente sin tropa. Pero esa misma semana llegaron desde Guaymas siguiendo
la ruta de Velicatá, doce voluntarios de Cataluña. Con esta tropa disciplinada salió a
someterlos pero los encontró atrincherados y dispuestos a dejarse matar antes que
someterse. Tuvo que optar otra vez por buscar la intervención de los sacerdotes y el
Padre Dumetz logró hacerlos volver, otra vez bajo un perdón incondicional. Al parecer la
incorporación de los soldados de línea logró detener las deserciones.(2)
Fundación de San Gabriel
Contra todas las dificultades Fages había logrado cumplir sus ordenes pues el mismo
día 6 de Agosto, enviaba a los padres Somera y Cambon con escolta a diez soldados a
fundar la misión de San Gabriel. La caballada y la mulada era guiada por cuatro arrieros
a los que hubo que escoltar con cuatro soldados más. Los misioneros encontraron a los
gentiles con muy buena actitud ayudando a recoger madera para las construcciones y la
empalizada. Los animales se dejaron en un corral y los muleros y su escolta volvieron a
San Diego. Pero tal era el número de indios, que el padre Somera fue a San Diego a
comienzos de octubre para solicitar de Fages que se aumentara la custodia de diez
soldados. Fages le dio dos hombres adicionales. Al día siguiente de su llegada los
indígenas atacaron a los dos soldados que cuidaban la caballada. Los indios dispararon
varias flechas. El que actuaba de cabecilla atacó lanzando una flecha que fue detenida
por la adarga, el soldado así atacado, disparó y de un balazo, mató al cacique.
Alarmados por el ruido y el humo del fogonazo, los indios huyeron. Los soldados cortaron
la cabeza de su víctima y la pusieron en una pica para escarmiento de los gentiles. Cabe
la posibilidad de que las causas de estos ataques fueran los abusos a las mujeres de los
indios. El padre Palou dice que la mujer ultrajada era la esposa del cacique muerto y el
soldado, el agresor. Serra culpa a Fages que había dado orden de que no se permitiera a
más de 5 ó 6 indios dentro de la empalizada a la vez. Añade que con el pretexto de
buscar ganado dos soldados entraron a la ranchería buscando mujeres y que como un indio
se opusiera que le ultrajaran a su mujer, lo mataron. Resultó ser el cacique del que
trajeron la cabeza de vuelta a la misión. La animosidad de los franciscanos por los
soldados y por Fages es evidente en estos escritos. Fages había castigado con severidad
estos delitos enviando a dos soldados acusados de violar jóvenes indias como prisioneros
engrillados, uno a Velicatá y el otro a Monterey.
A los pocos días llegaba Fages a San Gabriel con 16 soldados y dos frailes que iba en
camino para fundar la misión de Buenaventura. En vista de los hechos decidió dejar seis
hombres más en la custodia de San Gabriel y postergar la fundación de la nueva misión
hasta tener más gente. El gobernador con diez de sus voluntarios y el soldado que había
matado al cacique, siguió viaje a Monterey donde llegó en diciembre de 1771.
La custodia de San Gabriel siguió dando problemas a pesar de ser numerosa. O talvez
por esa misma razón, los soldados tenían gran confianza en su superioridad. Según los
misioneros, entraban a las rancherías, perseguían a las mujeres laceándolas con sus
reatas de cuero y si los hombres interferían, sencillamente los asesinaban alegando que
habían sido atacados. Fue necesario cambiar al cabo a cargo de la custodia y establecer
una disciplina más rígida lo que no ocurrió hasta fines de 1772.
Exploraciones
Fages ha relatado un viaje desde San Diego a San Luis Obispo buscando soldados
fugitivos. Se internó por la sierra en el actual valle de San Bernardino, continuó al
norte y fue a bajar por el "cañón de las uvas", hoy Grapevine Valley. De allí
siguió 30 millas hacia el nordeste y llegó hasta una gran ranchería y hacia el Este
pudo observar un laberinto de lagos y tulares. Existe hoy día un pequeño monumento para
indicar el lugar del descubrimiento del valle de California pero nunca se ha reconocido a
Fages como el descubridor del valle central, del nacimiento del San Joaquín, del paso del
Tejón y otros lugares geográficos.
Extrañará la ausencia del capitán Rivera en estos acontecimientos pero no se tienen
muchas noticias de él. Probablemente permaneció en San Diego. Se sabe que retornó a
Velicatá y trajo un nuevo arreo de 80 mulas y 10 caballos. En el trayecto fue atacado por
los indios debiendo defenderse matando a dos de sus atacantes sin haber sufrido bajas.
Como en su viaje anterior no continuó a Monterey. No había cabida para un
teniente-gobernador y un capitán subalterno en Alta California.
Entre las instrucciones de Fages se encontraba la de explorar el puerto de San
Francisco. Imposibilitado de cumplir las otras ordenes por falta de soldados,-- no pudo
acceder al pedido de Serra que se fundara la misión intermedia de San Luis Obispo--se
comprometió a expedicionar al norte en cuanto terminara la temporada de lluvias y siempre
que lo acompañara el padre Crespí con el que parecía llevarse muy bien.
Fages estaba bastante aislado en Monterey, como lo estaba también el padre presidente
del resto de sus misiones. Por esta razón no se le puede culpar de su resistencia a salir
en viajes de exploraciones. Pero a mediados de marzo, presumiendo que todo marchaba bien
en San Gabriel, San Diego y San Antonio, salió con el padre Crespí a explorar el puerto
de "de nuestro padre San Francisco". Cabalgaron hacia el norte con 14 soldados,
un arriero y un indio cristiano. Esta exploración dio pocos resultados inmediatos. Se
internaron por el actual valle de Santa Clara que encontraron apto para una misión por la
fértil tierra y los numerosos indios que la poblaban. Siguió el gobernador por la orilla
este de la gran bahía de San Francisco, la contra costa. Llegó hasta un nuevo estero que
le cerró el camino. Era en realidad la continuación norte de la bahía, y más adelante
pudo avistar dos grandes ríos, probablemente el Sacramento y el San Joaquín. Dice haber
encontrado pocos indios pero haber visto una ranchería en que había indios con rasgos
europeos, de tez más clara y con barba.
Otra vez la amenaza del hambre
Habiendo vuelto al ancón sur de la bahía recibieron un mensajero que traía un
urgente pedido de San Diego. Se estaban agotando las provisiones y la guarnición se veía
amenazada otra vez con hambruna. Fages volvió riendas y apenas llegó a Monterey
despachó una recua de mulas con provisiones para San Diego y San Gabriel. Con los
arrieros y la escolta viajaba el padre Crespí que iba a San Diego a acompañar al padre
Jaime que había quedado solo pues su compañero había ido a Velicatá en busca de
provisiones.
El paquebote con provisiones no llegaba a Monterey y las provisiones empezaban a
escasear otra vez. Fages dejó una guarnición reducida en Monterey que corría poco
peligro de los indios y salió al sur con destino a la Cañada de los Osos. Pudo allí
aprovisionarse de carne y si hemos de creer a Palou, de granos que obtuvo de los indios.
Pero éste era sólo un remedio temporal. A pesar de encontrarse en medio del verano,
Fages escribía a Croix que sólo tenía provisiones para dos meses. En el mismo correo
acusaba recibo de su ascenso a capitán de infantería.
San Diego no podía auto-abastecerse. La excelente tierra para cultivos no podía
regarse por falta de agua y ni el maíz ni el trigo crecieron para llegar a la madurez. El
primer año una crecida del río durante las lluvias había arrasado con el sembrado. Al
año siguiente la falta de agua había impedido el crecimiento de manera que se cosecharon
sólo 5 fanegas de trigo. El ganado se había multiplicado y podían beber un poco de
leche. El atraso de los paquebotes con provisiones podía ser fatal. Pero en Agosto de
1772 llegaban juntos el San Antonio y el San Carlos. A
los pocos días regresaba desde Velicatá el padre Dumetz que traía, entre otras
provisiones, un pequeño rebaño de ovejas, las primeras en llegar a California.
Los dos capitanes de los paquebotes cansados de luchar contra el viento y después de
haber intentado en vano en llegar a Monterey, habían decidido poner fin a su viaje en San
Diego. Pretendían descargar allí todas las provisiones y que los soldados llevaran la
carga para Monterey a lomo de mula. Fages, al conocer esta noticia en Monterey, salió
inmediatamente para San Diego con 14 soldados y el padre Serra que decidió acompañarlo.
Siguiendo otra vez el río Salinas cruzaron la sierra de Santa Lucía y desembocaron en el
extremo norte de la Cañada de los Osos. Allí Serra convenció a Fages de que le dejara
una custodia para establecer una misión. Fue ésta San Luis Obispo de Tolosa fundada el 1
de Septiembre de 1772. La amistad de los indios, agradecidos por la matanza de los
peligrosos osos que Fages había llevado acabo un año antes, garantizaba el éxito de la
misión. Dejando una escolta de apenas cuatro soldados y un cabo, Fages y Serra siguieron
su camino al día siguiente.
Serra que no conocía la zona, quedó favorablemente impresionado con los indios
canoínos y quería a toda costa fundar una misión, la de San Buenaventura, para
cristianizar las mejores rancherías que había encontrado en sus dos y tantos años en
Alta California. Fages insistió en continuar el viaje a San Diego.
Fages se hizo cargo inmediato de la situación. Ordenó que se cargara la mulada con
provisiones para abastecer las tres misiones que mediaban entre San Diego y Monterey.
Luego ordenó a Pérez, comandante del San Antonio que vientos o no
vientos, se dirigiera Monterey con el resto de la carga. Era absurdo llevarla en mulas
cuando el viaje podía hacerse por mar con mucha más facilidad.(3)
Pero convencer a Serra que no podía fundarse la misión en Buenaventura no fue cosa
fácil. Es cierto que las ordenes de Gálvez incluían la fundación de cinco misiones.
Fages se había negado a establecer la de San Francisco por falta de soldados. Ahora se
negaba a proveer la escolta y los brazos para fundar la quinta misión.
Con los antecedentes que se conocen hoy día, la razón estaba de parte de Fages. No se
habían enviado reemplazos y la tropa debía ahora proveer de custodia a cinco misiones.
Incluso la de San Carlos, separada ahora del presidio junto al río Carmelo necesitaba de
escolta propia. Los recursos eran escasos, las mulas que eran difíciles de reponer
tenían ya un trabajo excesivo traficando de misión en misión, especialmente en los
meses de lluvias. En el propio San Diego faltaba gente. Había herramientas de
carpintería, de albañilería, una fragua completa con fuelle, bigornia y herramientas
pero faltaban los "mecánicos" que pudieran hacer uso de tan útiles recursos.
Serra sin embargo, no lo comprendió así. Para él, Fages había sido un mal
comandante. La deserción de los soldados de cuera, la falta de castigos adecuados a
aquellos soldados que ultrajaban a mujeres indias, la mala distribución de las
provisiones y elementos de trabajo, todo se achacó a Fages. Dispuesto a presentar su caso
personalmente ante el nuevo Virrey decidió embarcarse en San Diego y zarpó en el San
Carlos el 20 de Octubre de 1772. Un mes más tarde desembarcaba en San Blas y se
dirigía a la ciudad de México.
Fages se dirigió por tierra Monterey visitando las misiones y relevando cuando le fue
posible, los soldados de cada custodia de manera que no tuvieran que permanecer por mucho
tiempo en un lugar determinado. Vuelto a Monterey recibió noticias de que el padre Palou,
actuando como presidente accidental debido a la ausencia de Serra, necesitaba mulas para
viajar de Velicatá a Monterey. El gobernador le envió 82 mulas y una escolta al mando de
Ortega y salió a recibirlo a la misión de San Luis Obispo. El 14 de Noviembre de 1772
llegaban a Monterey donde fueron recibidos por el repicar de campanas y descargas de
mosquetería. Al parecer Palou viajaba con una escolta de 14 soldados de cuera que deben
haber regresado a Loreto pues no figuran en los registros de los presidios de la Alta
California.
La tropa
Durante la mayor parte de 1773, el gobernador permaneció en Monterey. Fages no podía
salir a explorar como habrían sido sus deseos. Sus escasos recursos no se lo permitían.
Tenía bajo su mando a 60 soldados, de los cuales 35 eran soldados de cuera y 25 eran
voluntarios de Cataluña. Oficialmente, dragones e infantería de montaña
respectivamente. Indistintamente, esta tropa debía cubrir las custodias de cinco
misiones, algunas de las cuales requerían hasta 16 soldados. Debían servir de correos,
escoltar las recuas de mulas, cuidar la caballada mientras pastaba, etc. de manera que la
tropa al mando directo del gobernador y comandante, rara vez excedía 20 hombres, ¡y con
ellos debía guarnecer el presidio, mantener y construir edificios; y cultivar el campo!
Los soldados se negaban a trabajar en las misiones. Serra por ejemplo, se queja de que
habiendo dejado unos hombres cortando la madera para la nueva misión en el Carmelo,
volvió un mes más tarde y que el progreso había sido nulo, ya que ni los soldados ni el
cabo a cargo, habían desplegado esfuerzo alguno por cumplir con la tarea encomendada.
Las condiciones de la tropa distaban mucho de ser satisfactorias. No había cirujano
pues Don Pedro Prat había regresado a San Blas y aunque Fages menciona una
"farmacia" en el presidio, tenemos que aceptar que los cuidados médicos eran
nulos. Los envíos de provisiones, pertrechos y útiles en general, estaban
primordialmente destinados a las misiones. La tropa no había sido relevada y habían
numerosos soldados casados cuyas mujeres no los acompañaban en California. Estos enviaron
cartas con el padre Serra a México solicitando su traslado. Seis soldados, tres en
Monterey y tres en San Antonio, habían contraído matrimonio con indias cristianas. A
estas familias se les proveyó de cuartos o edificios separados. Varios sirvientes se
habían casado en las misiones.(4)
El Real Presidio de Monterey
El presidio de Monterey, si hemos de atenernos a la descripción de Serra, no ofrecía
seguridad alguna ya que la falta de clavos había obligado a amarrar los maderos de la
empalizada pudiendo desprenderse facilmente. Era por lo tanto, ridículo cerrar la puerta
principal con un candado.
En noviembre de 1773, Fages enviaba al virey Bucarelli un completo informe sobre el
estado del presidio, establecimiento que había logrado mejorar desde su llegada. La plaza
la describe como de 50 varas por lados y a cuyo centro se encuentra un monumento con una
cúpula rematada por una cruz. Frente a este monumento se encuentra la capilla de 15 varas
de largo, 7 de ancho y 7 de alto. Los cimientos son de piedra y cal y la iglesia está
techada con cal y tiene cuatro caños para vaciar el agua de las lluvias. Una torre de dos
pisos con techo de cúpula servirá para colgar las campanas. Junto a la iglesia hay un
aposento para los padres que vienen desde la misión una vez a la semana a decir misa.
Hacia el este, el presidio cuenta con seis cuartos de servicios, la herrería, correo y
cuartos para sirvientes e indios cuando se alojan en el presidio. Estos edificios son de
madera de pino revocados con barro. En el lado opuesto están los aposentos de los
soldados, uno para los lanceros y otro para los voluntarios de Cataluña. Cada cuartel
cuenta con su cocina. El ala norte tiene dos bodegas, un calabozo, un almacén, la entrada
principal y la casa del comandante. Las cuatro esquinas contienen bastiones artillados. La
santabárbara se ha construido a una distancia prudente del presidio.
Fages informaba al virrey que las puertas de todo el presidio son de pino y que se
están labrando vigas para mejorar los techos que son de tierra. También se mejorarán
los cimientos que deben ser de piedra ya que la humedad corroe el adobe y los maderos. El
presidio cuenta con varios corrales y chiqueros y a poca distancia hay una huerta y un
trigal. Sin duda que era ésta una visión de su cuartel mucho más favorable que la que
presentaría Serra en México.(5)
Serra en México
Mientras el capitán Pedro Fages en la soledad de Monterey dedicaba todas sus energías
a la administración del territorio y a las mejoras del presidio, el padre Serra, que
había llegado a México en Febrero de 1773, obtenía una audiencia con el nuevo Virrey,
José María de Bucarelli a quien solicitaba e informaba "con la voz viva lo que
pocas veces puede explicarse con tanta persuasión por escrito."(6)
El padre presidente pedía en sus audiencias y por escrito que se dictaran varias
medidas destinadas a mejorar la situación en California. Para empezar, consideraba
descabellada la iniciativa de abandonar San Blas y mantener la Alta California
aprovisionada por recuas de mulas a través de Guaymas. Consiguió con el virrey que se
cancelara esta medida y que se dictara un reglamento para la Alta California que regulara
el aprovisionamiento y la distribución de víveres y materiales. El Virrey convocó una
junta que luego de considerar los 32 puntos que pedía Serra, aprobó 18, la mayoría de
los cuales eran consideraciones financieras e internas de las misiones. Fue éste el
reglamento de Echeveste que entró a regir el primero de enero de 1774. Entre otras cosas,
este documento establecía, o reconocía el establecimiento militar de San Diego como
"Real Presidio".
El Virrey no aceptó las proposiciones de Serra que concernían a los militares.
Influenciado por Serra determinó el relevo del capitán Fages, hecho del que escribiría
más tarde "de que me he arrepentido muchas veces después de que lo conocí".(7)
No aceptó la sugerencia de Serra de nombrar gobernador a Ortega aunque se le ascendió
a teniente de dragones. En vez, nombró gobernador al capitán Fernando Rivera y Moncada,
hombre con gran experiencia en la región y a quien se dictaron instrucciones muy
específicas que complementaban el Reglamento de Echeveste.
Rivera debería explorar y ocupar el puerto de San Francisco. Se le proveyó de
artillería, armas y municiones con que fortificar los presidios ordenándosele que
ejerciera estricta vigilancia en los puertos del Pacífico. Se le comisionó también que
reclutara soldados, en los posible con esposas y familias dispuestos a radicarse en
California. En Sinaloa, Rivera apenas había alcanzado a juntar doce soldados cuyas
familias sumaban 51 personas. En Marzo de 1774 llegaba a Loreto dispuesto a emprender el
viaje por tierra hacia el norte.
El 24 de enero salía la fragata Santiago en su viaje inaugural a la
Alta California. Abordo de ella volvía en triunfo el padre Serra trayendo enseres,
objetos sagrados, provisiones y misioneros adicionales para las misiones que esperaba
fundar. Venían también un nuevo cirujano, José Davila con su familia, Juan Soler,
administrador para Monterey, tres herreros con sus familias y tres carpinteros.
Juan Bautista de Anza
A estas dos expediciones de personajes ya conocidos, debe agregarse una tercera, talvez
la más importante. Era la que guiaba Juan Bautista de Anza desde el presidio de Tubac en
Sonora al puerto de Monterey.(8)
Don Juan Bautista de Anza era el comandante del presidio de Tubac y ostentaba el grado
de capitán de dragones. Hijo y nieto de soldados, se había criado en la frontera y era
veterano experimentado de la guerra con los apaches. Anza supo por los indios pimas que
los yumas les habían contado que hombres blancos cabalgaban en la costa del Pacífico.
Hoy la noticia no extraña pues sabemos que los indios de San Diego eran yumas. Pero para
Anza fue una revelación: el paso terrestre entre el Colorado y la costa existía. Anza
consultó con el padre Garcés, hombre extraordinario cuyas andanzas solitarias por
territorios desconocidos eran ya leyenda. Con la información recibida elevó varias
solicitudes pidiendo autorización para abrir la ruta. Gálvez las había considerado pero
nada se hizo por concretar los proyectos.
Al hacerse cargo del virreinato de la Nueva España, Don José María de Bucarelli
cayó en la cuenta que las Californias presentaban problemas especiales y difíciles de
solucionar. La visita de Serra confirmó sus sospecha. Alta California necesitaba de más
soldados, labradores, colonos, artesanos y mecánicos, provisiones más abundantes y otros
recursos que la flota de San Blas apenas lograba abastecer. Se necesitaba una ruta más
segura y más barata. Al recibir una carta de Anza solicitando otra vez permiso para
expedicionar a California, consultó con Costansó. El ingeniero informó favorablemente:
la distancia entre Monterey y Tubac era menor que a Loreto. No había que cruzar el golfo
y las montañas podían ser menos escarpadas que las de la península.
Obtenido el permiso, Anza organizó la expedición con la experiencia que le daban sus
años en la frontera. Iban con el 34 personas, incluyendo 20 soldados de cuera del
presidio, 35 arreos de mulas, 65 vacunos y 140 bestias entre carga y montura. Pero los
apaches robaron 130 caballos dejando la caballa de repuesto muy reducida. La expedición
salió de Tubac el 8 de enero de 1774. Anza ayudado por el padre Garcés que se había
unido a la expedición, cruzó el primer desierto y llegó a la rivera del Colorado donde
hoy se encuentra Yuma. Allí fueron recibidos por 600 indios entre hombres, mujeres y
niños que obedecían al cacique Palma, a quien Garcés había conocido y cultivado
amistad en viajes anteriores. Luego de cruzar el río con la ayuda de los indios,
siguieron el curso hacia el sur hasta un lugar que llamaron Santa Olalla. Allí había
abundante provisión de forraje y agua fresca. Abandonando el río tomaron rumbo al oeste
y luego de luchar contra el desierto por seis días, volvieron a Santa Olalla. Allí
decidió Anza reducir la expedición. Envió algunas mulas y gente que no necesitaba con
tres soldados, de vuelta a Yuma y con el resto se internó resueltamente en el desierto.
Buscando los pozos y vertientes logró cruzarlo y al encontrarse con las montañas de la
costa torció hacia el norte yendo a desembocar el 22 de Marzo en la misión de San
Gabriel. La ruta a California por el macizo quedaba abierta.
La misión de San Gabriel aunque ofrecía refugio y descanso a los fatigados
expedicionarios, no podía reabastecerlos ni menos aún, reponer la estropeada caballada
después de casi mil kilómetros de campaña. Un intento del padre Garcés de obtener
provisiones en San Diego produjo pobres resultados pues no los había en ese lugar. Anza,
resuelto a llegar a Monterey, envió al grueso de su gente de vuelta a Yuma a cargo de
Garcés. El capitán con cuatro soldados y dos guías locales, siguió viaje hasta
Monterey. Allí se entrevistó con Fages y supo que la falta de provisiones era tan aguda
como San Gabriel. Nadie se explicaba en la Alta California el atraso del San
Carlos con las provisiones para la temporada. De Anza salió de Monterey llevando
a seis soldados de cuera para mostrarles el camino a Yuma y regresó a San Gabriel el
primero de Mayo. Después de dos días de descanso, durante los cuales se entrevistó con
Junípero Serra, emprendió el regreso. Garcés que lo había precedido, le dejó mensajes
escritos con los indios de las rancherías. Siguiendo sus huellas pudo llegar a Santa
Olalla en sólo once días. Garcés siguió otro camino más directo desde Yuma y así
pudo llegar de Anza a Tubac el 26 de mayo de 1774, después de una ausencia de 4 meses y
medio y después de haber cubierto más de 3600 kilómetros.
De Anza fue personalmente a informar del viaje a Bucarelli que no cabía en si de
gusto. La ruta a California estaba abierta. Ascendió a de Anza a teniente coronel de
caballería y recompensó con gratificaciones y ascensos a los 17 soldados de cuera que lo
habían acompañado a California.
El retorno de Serra
El Santiago, desobedeciendo instrucciones, recaló en San Diego en vez
de dirigirse directamente a Monterey como se le había ordenado. Serra desembarcó allí y
decidió visitar todas las misiones siguiendo el viaje por tierra hasta Monterey. Ya se ha
visto que se encontró con de Anza en San Gabriel. La ausencia del San Carlos
con las tan necesitadas provisiones se hacía sentir en todas las misiones y los dos
presidios. El bergantín había tenido que refugiarse en Loreto y allí, el gobernador
Barri había requisado las provisiones. No se sabe a quien las entregó pues cuando llegó
Rivera con su gente a Loreto, no pudo aprovisionarlo para que continuara el viaje a San
Diego. Rivera dejó a las mujeres y niños en Baja California y se dirigió a San Diego
desde donde esperaba enviarles los recursos necesarios para el viaje al norte. El teniente
Ortega con la eficiencia que lo caracterizaba, se haría cargo de la situación.
Relevo de Fages
El 23 de mayo de 1774 llegaba Rivera a Monterey y presentaba sus ordenes al capitán
Fages. La actitud de Rivera era altanera y arrogante. Se produjo una ruptura en sus
relaciones que parece muy comprensible dado el injusto desplazamiento de Rivera en 1770
cuando se le destinó a Baja California después de haber abierto el primer camino a San
Diego. La humillación de Rivera, sus males físicos que lo habían obligado a pedir
licencia del real ejército y su mala situación económica encontraron salida en la
persona de Fages que era inocente de todas las desventuras de su colega. Se procedió a un
intercambio de cartas. Rivera le ordenó embarcarse en Monterey, Fages había recibido
ordenes escritas del Virrey autorizándolo para que se embarcara en San Diego. El 19 de
julio salía Fages de Monterey con sus voluntarios de Cataluña y el 4 de agosto se
embarcaba en el San Antonio en cumplimiento de las ordenes del virrey que
le ordenaban unirse con su compañía a su regimiento en Pachuca.
Un suceso ajeno a los asuntos de Alta California iba a tener a la larga, honda
repercusión en los acontecimientos de la nueve misión. Este fue el reemplazo del
gobernador Felipe Barri cuya conducta había dejado mucho que desear. Como Fages, se
había enemistado con los franciscanos y luego con los domínicos. Ya se ha visto la
requisación de las provisiones del San Carlos a la que se sumaban otras
impertinencias. El nuevo Virrey optó por cambiarlo. Para reemplazarlo eligió a Don
Felipe de Neve, sargento mayor del regimiento de caballería de Querétaro que por siete
años había administrado las propiedades jesuitas en Zacatecas. Junto con su nombramiento
se le daban instrucciones precisas sobre sus relaciones con su sub-gobernador, Fernando
Rivera y Moncada en Monterey. En efecto, Rivera se entendería directamente con el virrey
debido a las prolongadas comunicaciones, pero debía enviar a Neve informes periódicos.
Gobierno de Rivera
Don Fernando de Rivera y Moncada, capitán de caballería, había ingresado al real
servicio en 1742, escalando los grados de alférez, teniente y finalmente, capitán. Con
ese rango y al mando de 25 soldados de cuera, había cabalgado a la inmortalidad en 1769 a
la cabeza de la primera columna de caballería española en California. Disgustado con lo
que el consideraba injusticias y postergaciones en sus nombramientos y ascensos, pidió el
retiro del servicio en 1770 que le fue concedido por Croix, pero que Barri no autorizó.
Apeló otra vez al virrey y en septiembre de 1771 se le separaba del servicio. Compró una
propiedad en Guadalajara esperando dedicarse a la agricultura pero sus actividades no
progresaron y tuvo que pedir su reintegración al ejército solicitando que no se le
enviara a California. Pero fue precisamente allí donde lo destinó Bucarelli. Su carrera
se vio empañada por sus difíciles relaciones con otros oficiales como se ya se ha visto
con Fages y se verá con Anza y con los franciscanos.(9)
No es pues de extrañarse que se le postergara para dar el mando a otros, como había
sido el caso con Fages y lo sería más tarde con Neve. Es significativo que pereció en
combate con los yumas a los 70 años de edad, siendo todavía capitán. Aún en su muerte
se le ha culpado de malas relaciones con los yumas.
En San Diego la misión se encontraba junto al presidio. Para los franciscanos que
deseaban mantener a sus indios lo más lejos posible de los soldados, la situación estaba
lejos de ser satisfactoria. El presidio se había erigido muy cerca de la ranchería de
Cosoy y tanto Fages como Rivera consideraban que la proximidad de la indiada era
peligrosa. Desde ya, de los dos pequeños cañones con que contaban para la defensa, uno
apuntaba al mar y el otro a la ranchería. Como en ese lugar el río se secaba durante el
verano, las plantaciones de granos no habían dado resultado por falta de agua. Fue pues
cuestión de común acuerdo entre los religiosos y soldados que la misión debía
trasladarse a un lugar más apropiado, lejos de los militares y cerca del agua, elemento
necesario para plantar trigo y maíz. Obtenido los necesarios permisos, el padre Jaime
hizo levantar edificios de ramas y barro e incluso algunos de adobe. Se trasladó la nueva
misión, río arriba a unos 9 kilómetros del presidio. El lugar era conocido por los
indios como Nipaguay y las construcciones tenían todas techos de tule. Eran una iglesia,
aposentos para los padres, cuartel, bodega y una herrería. No se le cercó con una
estacada pues los padres no la consideraban necesaria. Los franciscanos dejaron todos los
edificios de Cosoy a los soldados. Sólo dos cuartos se conservaron para el servicio de la
iglesia, uno donde durmieran los padres que venían de paso y otro que serviría de bodega
para las provisiones y útiles para la misión que trajeran los paquebotes.
La primera comisión de Rivera fue el cumplimiento de las ordenes del Virrey que le
indicaban explorar hacia el puerto de San Francisco y la ría o el río que allí
desembocaba. Tan pronto como le llegaron refuerzos salió al norte con el padre Palou.
Llevaba 16 soldados de cuera, algunos sirvientes y provisiones para 40 días. Siguió la
misma ruta que Fages pero al llegar al lugar del actual San José, escogió la costa
oeste, la península de San Francisco. El 28 de Noviembre acampaba cerca del palo alto y
como Palou estuviera de acuerdo que este era el lugar para fundar una misión, se plantó
una cruz de madera junto al arroyo que hoy se conoce como San Francisquito. Detenidos por
las lluvias tardaron algunos días en llegar a los cerros que coronan la actual San
Francisco. Después de plantar una cruz, en una colina que daba al mar, volvieron a
Monterey por la ruta de la costa. El 13 de diciembre de 1774 entraban en el presidio
después de una ausencia de sólo 20 días. Como en la expedición de Fages, muy poco se
había logrado aunque Crespí dice haber encontrado lugares para seis misiones.
Nuevas exploraciones marítimas
Si bien Don José de Gálvez había regresado a España desde donde continuó
incansable en sus esfuerzos por promover la causa misionera y militar de California,
Bucarelli, el nuevo Virrey estaba impulsado por el mismo espíritu de aventura y empresa
que el visitador. Comprendía también de la necesidad imperiosa de extender la soberanía
española, ocupar y poblar el territorio y aprovechar de sus grandes cualidades y recursos
naturales. Ya hemos visto su entusiasmo por la expedición de Anza y su ayuda a Serra.
Ahora iba a poner su empeño en las expediciones marítimas. La fragata Santiago
que había recalado en San Diego para desembarcar a Serra, tenía instrucciones de
explorar la costa hacia el norte, debiendo llegar a los 60. Pérez, que era su comandante,
recaló en Monterey y alcanzó 55N. Descubrió una isla que llamó Santa Margarita,
intercambió pieles por collares de vidrio con indígenas que se le acercaron en canoas,
pero no desembarcó. Alcanzó a avistar el Cabo Mendocino y 3 de noviembre de 1774
regresaba a San Blas después de nueve meses de navegación. Bucarelli no puede haber
estado muy complacido. La latitud de 60N no se había alcanzado, no se había reconocido
la costa, no había desembarcado y una gran cruz de madera construida ex-profeso, no se
había plantado. La única noticia positiva era que no se habían divisado naves o
establecimientos extranjeros.
La corona había enviado a San Blas cinco marinos experimentados. Cuatro de ellos
recibieron los mandos de los buques disponibles y el más antiguo quedó comandante en San
Blas. El 16 de marzo de 1775 los cuatro buques se hacían a la mar con distintas
destinaciones. Fernando de Quirós con el San Antonio debía llevar
provisiones a San Diego, misión que cumplió sin dificultad regresando a San Blas como se
le había ordenado. El San Carlos, al mando de Miguel Manrique, tenía
ordenes de dirigirse a Monterey, descargar provisiones y continuar viaje al norte para
explorar el puerto y luego el estero de San Francisco, debiendo confirmar si se trataba de
un río, un estero o un brazo de mar. Pero Manrique enloqueció durante el viaje y Juan
Bautista Ayala, teniente de navío tomó el mando del bergantín. Después de luchar con
vientos adversos ancló en Monterey el 27 de Junio y mientras descargaba ordenó a sus
carpinteros construir un cayuco, o canoa para ayudar la exploración. Terminada la faena
de descarga, se dirigió al norte en cumplimiento de sus ordenes. El primero de agosto se
encontraba frente a la entrada del puerto. Ayala envió un bote al mando del piloto
Cañizares el mismo que había viajado por tierra con Portolá. Al día siguiente anclaba
dentro de la bahía. Ayala exploró por 40 días. Desembarcó en las islas, levantó
cartas, escribió sus informes y se convenció que este no era un puerto sino muchos, con
una sola entrada y talvez el mejor de cuántos existían en las costas de su majestad.
Terminado el reconocimiento zarpó en demanda de Monterey donde anclaba el 22 de
septiembre de 1775.(10)
La tercera nave era la fragata Santiago bajo el mano de Bruno de
Heceta y que llevaba como piloto al ya conocido Juan Pérez. La goleta Sonora
o Felicidad al mando del teniente de fragata Juan Francisco Bodega y
Quadra, salió de San Blas a remolque de la fragata. Estos dos buques debían operar
juntos y llevaban en conjunto más de cien hombres con provisiones para un año. Su
misión era explorar la costa norte, investigar el río que se había descubierto en
latitud 42 ó 43 N y continuar lo más al norte posible. La nave capitana alcanzó hasta
los 49 de latitud norte, descubrió la desembocadura del río Columbia. A su regreso
trató de entrar a San Francisco pero impedido por la neblina, fue a anclar a Monterey
donde desembarcó las provisiones que traía para las misiones y el presidio el 29 de
agosto de 1775. En un último esfuerzo por encontrar la entrada al puerto de San
Francisco, viajó por tierra. Encontró primero los resto del cayuco y luego la cruz y las
cartas Ayala había dejado pero éste ya no se encontraba en la bahía. Bodega se separó
de la Santiago debido a mal tiempo. Llegó hasta la latitud 58 N y
volvió entrando en una bahía que hoy lleva su nombre, Bodega Bay. El 7 de Octubre
anclaba en Monterey. Ambas naves retornaron a San Blas en 20 días, llegando a su puerto
de origen el 20 de noviembre de 1775. Habían tenido que lamentar el fallecimiento de Juan
Pérez durante el viaje.
Los viajes de estas cuatro naves influirían poderosamente en las acciones del real
ejército en California. La más importante fue la exploración marítima del puerto de
San Francisco, pero la oportuna entrega de provisiones daba confianza y respaldo a las
operaciones terrestres. El dar el mando a marinos experimentados y con los conocimientos
de náutica adecuados había dado excelentes resultados: se evitaron los casos extremos de
escorbuto, se pudo avanzar en contra de los vientos y las exploraciones fueron mucho más
intensas y profundas que en los viajes anteriores.
Ataque a la misión de San Diego
Con el regreso de Serra, el anuncio de una nueva expedición por tierra desde Sonora,
la llegada de las cuatro naves, todo hacía presagiar que la temporada de lluvias haría
germinar las semillas y que las conversiones y bautizos aumentarían. Pero un
acontecimiento inesperado vino a empañar la tranquila vida de las misiones y presidios.
Fue éste el ataque de los indios a la misión de San Diego el 5 de Noviembre de 1775.
La misión estaba a cargo de los padres Luis Jaime (11)
y Vicente Fuster que como se ha visto, habían trasladado la misión a su nuevo lugar.
Se ha dicho que el ataque fue totalmente inesperado pero hay abundantes pruebas que los
franciscanos debieran haber tomado algunas precauciones. Para empezar, existía el
constante resentimiento de los frecuentes ultrajes de las mujeres indias por parte de los
soldados. Los franciscanos habían azotado a algunos de los neófitos por haber asistido a
un baile pagano. Se había aprehendido también al indio Carlos, jefe indiscutido de los
conversos y a su hermano Francisco para castigarlos por haber robado pescado de una de sus
propias mujeres. Los dos presos se habían escapado con otros cinco indios. Los soldados
lograron capturar a dos de éstos y se supo que los indios rebeldes andaban alborotando a
todas las rancherías para acabar con los misioneros y los soldados. Había pues bastante
motivo de alarma y sin embargo, no se había apostado un centinela.
Fuster escribió más tarde que fue sorprendido a la una de la madrugada por un
griterío que provocaban unos 600 salvajes que habían cercado la misión. Los indios
entraron a la iglesia, la desvalijaron y la incendiaron. Luego comenzaron a atacar los
edificios uno por uno. En un cuarto en que se guardaba la pólvora, se refugiaron los
soldados, Fuster y dos muchachos, uno de los cuales era el hijo de Ortega. Gran profusión
de flechas hacían blanco en las paredes y muchos tizones ardiendo caían sobre el techo,
mientras el fraile tapaba con sus hábitos el barril de la pólvora. Al incendiarse el
techo de tule, fue necesario abandonar también aquél refugio. Fuster trató de encontrar
al padre Luis y aunque logró penetrar al cuarto donde dormía, encontró la cama vacía y
tuvo que salir amenazado como estaba por el humo y las llamas. Los cuatro soldados
formaron cuadro en el medio del patio y allí se les unió uno de los herreros que a
balazos se había abierto camino no pudiendo evitar la muerte de su compañero José
Arroyo. La cocina era una estructura de adobe cuyas paredes alcanzaban apenas a la altura
del pecho. Los cocineros habían construido sobre estos toscos muros una enramada. Hasta
allí llegaron los sitiados arrastrando el saco de pólvora. Llenaron el boquete de la
puerta con bultos de mercaderías probablemente los que contenían ropas. Mientras el
fraile protegía la pólvora con sus hábitos, dos soldados heridos y los muchachos
cargaban las escopetas, de manera que el herrero y el soldado sano pudieran continuar
disparando casi sin interrupción. Era una noche de luna llena y las llamaradas de los
edificios incendiados permitían a los defensores elegir sus tiros en la dantesca escena.
Al salir el sol, los indios se retiraron. Aparecieron entonces los indios cristianos que
se habían mantenido en sus chozas amenazados por los atacantes. Los dos soldados aunque
heridos de gravedad, se curarían. Pocas ocasiones presenta la historia de una defensa
más exitosa. Tres soldados de cuera habían sobrevivido con éxito, por más de seis
horas, el ataque continuo de más de 600 indios.
El cuerpo del padre Luis Jaime fue encontrado en un arroyo seco no muy lejos de la
misión. Su cadáver estaba desfigurado, la cara deshecha y por lo menos siete flechas
habían atravesado su cuerpo. Crespí escribiría más tarde que Jaime había buscado su
propio martirio al abandonar su cuarto y salir al encuentro de los indios pidiéndoles que
amaran a Dios.
Dos indios fueron a informar al presidio y vinieron algunos soldados. Ortega se
encontraba en campaña por asuntos de la posible fundación de una nueva misión en San
Juan Capistrano. El cabo que había quedado a cargo había dormido durante toda la noche
junto con sus soldados. Se procedió a evacuar la misión. En dos toscas angarillas iban
los cadáveres del padre Luis y del herrero Arroyo y en igualmente toscas camillas
construidas de ramas, llevaban a los dos soldados heridos y al maestro carpintero. El
carpintero falleció unos días después.
Informado Ortega de los sucedido abandonó sus planes y regresó a San Diego en cuyo
presidio, con guardias redobladas se refugiaban ahora los franciscanos, artífices y
sirvientes. A medida que se conocían más detalles del plan indígena, más crecía su
preocupación. Más de mil indios se habían congregado para el ataque que debería ser
simultáneo al presidio y a la misión, pero el grupo destinado al presidió se alarmó al
ver las llamas de la misión y escapó. Pasaron varios días antes de que Ortega se
atreviera a desprenderse de uno de sus hombres para dar la alarma a las otras misiones y a
Monterey.
Segunda expedición de Anza
Don Juan Bautista de Anza avanzaba a la cabeza de una nueva expedición a California
cuando el 27 de noviembre de 1775 se encontró con el cacique yuma, Salvador Palma que
había salido a recibirlo. Luego de intercambiar los saludos de rigor, Palma le comunicó
que la única noticia que tenía era un ataque a las misiones de California por parte de
los indios. Esto es, tan sólo doce días después de la destrucción de la misión de San
Diego. Anza, al parecer, no dio mucha importancia a la noticia.
El flamante teniente coronel había recibido ordenes del virrey de dirigir una nueva
expedición a California. Esta vez tenía recursos monetarios adecuados y el respaldo real
con ordenes específicas para facilitar su tarea. Anza reclutó 30 soldados con sus
familias para trasladarlas a California. Pudo vestirlos y equiparlos a todos y el 23 de
octubre rompía la marcha desde el presidio de Tubac. Viajaban con él 235 personas, de
las cuales 207 estaban destinadas a California. La tropa se componía del teniente
coronel, un capellán, el padre Pedro Font y diez soldados del presidio de Tubac que
deberían regresar con el comandante. La tropa que permanecería en California estaba
formada por el alférez José Joaquín Moraga, el sargento Juan Pablo Grijalva y 28
soldados, 8 veteranos de la guarnición del presidio y 20 reclutas. Las mujeres de los
soldados sumaban 29 y el resto lo componían los niños, arrieros, vaqueros y cuatro
familias de colonos.
Fue recibido amigablemente por Palma que había construido unas ramadas para servir de
albergue a los viajeros. El río Colorado venía crecido y Anza no quiso arriesgarse a
cruzarlo en balsas. Tuvo pues que buscar un vado y vino a encontrarlo en un lugar en que
el río se dividía en tres brazos. Aún así no fue tarea fácil. Después de dejar al
padre Garcés y su acompañante, el padre Eixarch, en las márgenes del río donde se
pensaba establecer una misión, la columna emprendió la larga marcha a la costa de
California. Anza con su escolta que servía de exploradores y vanguardia, marchaba al
frente. Luego el padre con las mujeres y los niños con una escolta de soldados. La
retaguardia la guardaba Moraga con el último grupo de soldados y atrás el ganado, 320
cabezas, la caballada con 340 bestias y las recuas de mulas custodiadas por arrieros y
vaqueros que sumaban 165 animales.
Anza había invertido bien los dineros del Rey. Llevaba varias carpas, amplias
provisiones, ropa adecuada y otros útiles y enseres. En el campamento de San Olalla, Anza
que conocía bien la ruta, decidió dividir la caravana en tres secciones de manera que
los escasos pozos de agua que existían en la peor parte del desierto, tuvieran
oportunidad de recuperarse. La primera jornada no ofrecía dificultades para las columnas
de Anza y del sargento Grijalva, pero la tercera al mando de Moraga, encontró mal tiempo,
nieve, frío y viento y tardó tres días en llegar. Pero no se había sufrido pérdidas
de vida. Sólo Moraga dice haber perdido el sentido del oído en esa ocasión y haber
quedado sordo para el resto de su vida. En nochebuena de 1775 en medio de un frío
terrible nacía un niño, el tercero que augmentaba el grupo. El día de los Inocentes
tuvieron que descansar. Llovía intensamente. Hacía frío y tronaba. Un temblor de tierra
vino a añadirse a las calamidades naturales. El día de año nuevo Anza enviaba a sus dos
exploradores a avisar de su llegaba a San Gabriel lo que ocurrió el 4 de enero de 1776, a
los 73 días de salir de Tubac.
En San Gabriel se encontró con Rivera que había llegado el día anterior. El
gobernador, al saber del ataque a San Diego había salido con 13 soldados, todo lo que
podía sacar del presidio de Monterey y reforzado malamente las custodias de San Antonio y
San Luis Obispo con un hombre en cada una. Conferenció con Anza y le hizo ver que no se
trataba de un foco de rebelión local sino que cubría todas las rancherías. Anza
comprendió muy bien que no había otra alternativa que posponer las ordenes del virrey y
ayudar a Rivera. Inmediatamente puso toda su fuerza a la disposición del capitán Rivera
y se mostró dispuesto a obedecer sus ordenes durante la campaña.
Para Rivera, el auxilio de Anza era providencial y bien puede haber salvado a los
establecimientos españoles de su total exterminio. En efecto, Rivera contaba con un
teniente, dos alféreces, dos sargentos, ocho cabos, cincuenta y cuatro soldados, un
armero y un tambor. Esta fuerza cubría las guarniciones de dos presidios, separados por
más de 700 kilómetros de distancia y cinco misiones.
El 7 de enero Rivera con 12 hombres y Anza con 17, armados como compañía volante,
salían para San Diego dispuesto a aprehender y castigar severamente a los culpables del
ataque a la misión.(12)
Moraga ascendido a teniente, quedaba a cargo de la tropa y los colonos en San Gabriel.
Rivera ordenó una rebusca por las rancherías recogiendo a los indios desertores,
instigadores y organizadores de la rebelión. Sabía muy bien que sólo un castigo
ejemplar podía poner fin a los conatos de sublevación. Era natural que los indios
escaparan a las montañas, pero la tropa alcanzó a arrestar a nueve que fueron llevados a
San Diego. Se informó de todo esto al virrey mediante un correo a través de Neve en Baja
California. El padre Font ha dejado un diario que a pesar de ser muy poco favorable a los
militares, informa sobre la situación. Rivera se sentaba a comer mientras el sargento con
los soldados de Anza salía a cazar fugitivos. La interrogación de los soldados para
averiguar las causas de su pasividad ante el ataque de la misión no dieron tampoco
resultado alguno. El centinela dijo que creyó que era la luz de la luna, aunque la luna
alumbraba desde el punto opuesto. Con la excusa de que había que terminar primero con
este asunto, Rivera no mostraba interés alguno por colaborar con Anza para cumplir las
ordenes del Virrey: la fundación de una misión y un presidio en el puerto de San
Francisco.
Anza que ansiaba por cumplir sus ordenes, hacer las fundaciones y retornar a su puesto,
se cansó pronto de observar la ineptitud, falta de decisión y simple flojera de Rivera.
Ordenó a su sargento Grijalva que con 10 soldados se quedara a ayudar a Rivera a
completar su misión y salió rumbo a San Gabriel a reunirse con el grueso de su tropa y
su gente.
En San Gabriel encontró la gente en buen estado pero Moraga había salido en
persecución de un cabo que pertenecía a la custodia de la misión que acompañado de
cuatro arrieros, habían desertado llevándose 30 animales. Anza decidió continuar a
Monterey con 17 hombres y sus familias y dejó ordenes a Moraga de que lo siguiera a
Monterey. El eficiente Moraga había capturado a los desertores y no queriendo juzgarlos,
pues eran gente de Rivera, los dejó presos en San Gabriel. Pocos días después alcanzaba
a su jefe en la misión de San Antonio. Al atardecer del 10 de marzo de 1776 la columna de
Anza entraba al Real Presidio de Monterey. No habiendo hospedaje para todos, algunos se
trasladaron a la misión del río Carmelo. Allí Anza cayó enfermo y tuvo que guardar
cama siendo atendido solícitamente por los franciscanos.
Rivera, hombre difícil
Las ordenes del virrey eran explícitas. Anza entregaría la gente, provisiones y
soldados al comandante de Monterey y procedería luego a explorar el río de San
Francisco. Rivera, que como se verá, tenía sus problemas en San Diego, envió
instrucciones escritas para que los colonos construyeran casas provisorias en Monterey
mientras se establecía el presidio y misión de San Francisco.
La estupefacción del teniente coronel ante la obstinación del capitán bien puede
imaginarse. Redactó una carta explicando a Rivera que la gente estaba desilusionada de
tanta espera que los cuatro misioneros necesitaban llevar su misión y que, en fin, había
que dar cumplimiento a las ordenes del virrey, para lo cual estaría dispuesto a quedarse
un mes más, siempre que esto acomodara a Rivera.
Dice Font que fue esta carta la causa de la desavenencia con Rivera pero ya se ha visto
que las dificultades habían empezado en San Diego. Talvez tenga razón Font en que lo que
exacerbó el problema fue que Anza se pusiera del lado de los padres diciendo que había
que levantar las misiones pues de lo contrario los cuatro sacerdotes que estaban en espera
partirían en el próximo paquebote.
Nuevas dificultades de Rivera
En esos momentos precisos, Rivera probablemente deseaba que no sólo los cuatro, sino
todos los franciscanos se fueran en bote o a pié al mismo infierno. El problema era que
Carlos, el indio implicado en el ataque a la misión, había vuelto a San Diego y ya sea
de su propia iniciativa o a sugerencia de los misioneros, se había refugiado en el
edificio que se usaba de capilla. La versión de los franciscanos es simple: cuando
descubrieron a Carlos en su refugio informaron inmediatamente al comandante Rivera. Rivera
dijo que estudiaría la situación. Pero poco más tarde exigía por escrito a Fuster que
se le entregara el prisionero. La protección de la iglesia no regía pues el edificio era
una bodega usada temporalmente para el servicio sagrado y no una iglesia consagrada.
Cuando Rivera insistió, Fuster lo amenazó con la excomunicación.
Por respuesta, Rivera entró a la capilla "con una vela en una mano y la espada en
la otra", y se llevó a Carlos al calabozo. Las consecuencias de esta decisión no se
hicieron esperar. Hay ciertas divergencias en la manera como se comunicó a Rivera su
excomunión, pero el hecho fue que los padres se negaron a decir misa si los que habían
arrestado a Carlos estaban presentes.
Rivera salió con su escolta con destino a Monterey pero nuevos problemas lo esperaban
en San Gabriel. Garcés, después de una amplia exploración, había llegado a San Gabriel
y quería continuar el viaje volviendo por otra ruta. Dado el estado rebelde de las
rancherías, sus hermanos franciscanos no le aconsejaban viajar solo. Pidió escolta y le
fue negada por el cabo de la misión. Rivera se la negó también y cuando el misionero
pidió viajar con él, rehusó hablarle. Esta descortesía no tenía motivo alguno,
todavía más cuando Garcés hacía sus exploraciones por instrucción expresa del virrey.
El franciscano consiguió un mal caballo y obtuvo provisiones de la misión para continuar
su viaje.
Mientras tanto, en Carmel, Anza recuperado de su enfermedad, salía el 23 de marzo con
un piquete de once soldados al mando de Moraga y el padre Font. Entre los soldados iban el
cabo Juan José Robles y dos hombres que ya habían expedicionado la bahía con Fages.
Llegados a San Francisco acamparon cerca de una vertiente de muy buen agua cerca de la
bocana del puerto. Font encontró el lugar ideal, buenos pastos, leña abundante y agua de
una fuente natural. Era el lugar indicado para levantar el presidio. En los días
siguientes encontraron un buen arroyo que llamaron de los Dolores y allí Moraga plantó
algunas semillas de maíz y garbanzos para probar el terreno. Este sería el lugar elegido
para la misión de San Francisco de Asís.
La expedición continuó internándose por la contra costa y el 8 de abril de 1776
regresaba a Monterey. Anza había probado una vez más su capacidad. Había explorado
detenidamente el lugar comprobando que las opiniones de Rivera en cuanto a la fertilidad
del suelo, las fuentes de leña, madera y agua eran excelentes. Había elegido el lugar
para presidio y para la misión y a pesar de cierta hostilidad por parte del difícil
Font, se había llevado bien y cooperado con los misioneros. Los escritos de su capellán
lo muestran como un hombre en extremo negativo. Pero debe reconocerse que el padre Font
era pesimista, enemigo declarado de los militares, especialmente de Rivera, al que no
pierde oportunidad para atacarlo con su negra pluma.
Como, a pesar de las insistentes cartas, Rivera no contestaba, Anza decidió no esperar
más. Entregó el mando de la expedición al teniente Moraga y envió un correo a Rivera
pidiéndole que lo encontrara en San Gabriel. Había cumplido sus ordenes al pié de la
letra: la expedición llegó a California sin dificultades, se exploró y escogió un
lugar para el presidio y otro para la misión. Colonos, soldados y misioneros quedaban
agradecidos de sus servicios.
Rivera cambió súbitamente de parecer y envió ordenes a Grijalva que todavía estaba
en San Gabriel, de proceder con el resto de los colonos a Monterey. Otra misiva ordenaba a
Moraga a fundar el presidio de San Francisco indicando que la misión tendría que
esperar. Moraga se determinó a salir de Monterey a mediados de junio y mientras hacía
sus preparativos, recibió en Monterey al San Antonio, al mando de Diego
Choquet y más tarde al San Carlos, comandante Quirós. Ambos bergantines
traían provisiones y pertrechos para Monterey y San Francisco. Moraga hizo embarcar más
bultos en el San Carlos que continuaría a San Francisco, aliviando así,
la carga que llevarían las recuas. El bergantín tuvo que esperar ordenes de Rivera pues
debía llevarse dos cañones del presidio los que no podían moverse sin orden del
comandante que todavía no regresaba a Monterey.
Anza en Monterey había cumplido con sus ordenes, entregando la gente y material para
la fundación de las misiones del puerto de San Francisco. Había explorado la región,
seleccionado los sitios y sólo esperaba la llegada del comandante y vice-gobernador cuya
cooperación era parte integral de sus instrucciones. Pero Rivera no aparecía. Después
de consultar con Serra y de enviar dos cartas a Rivera, pidiéndole que se encontrara con
él en San Gabriel a fines de abril, decidió retornar a Sonora. Se despidió de sus
colonos, dio algunos consejos a Moraga y acompañado de su escolta de siete soldados, ocho
vaqueros y arrieros y cuatro sirvientes, salió de Monterey el 14 de abril de 1776. Iban
con él, el padre Font y el comisario Mariano Vidal encargado de llevar las cuentas.
Al día siguiente a unos 40 kilómetros de Monterey, Anza se encontró con el sargento
Góngora y sus cuatro soldados a quienes había encomendado llevar las cartas a Rivera.
Góngora estaba verdaderamente preocupado. Pidió hablar a solas con el teniente coronel y
le comunicó que Rivera parecía transtornado. Al comienzo se había negado a recibir las
cartas pero a los dos días las pidió y sin abrirlas, entregó a Góngora dos cartas para
Anza que debía entregar lo más pronto posible.
La carta de Rivera era una simple negativa a establecer el presidio de San Francisco.
Dos días más tarde se encontraban ambos oficiales en el camino. Luego de saludarse e
inquirir por sus respectivos estados de salud, Rivera con un simple "adiós"
aguijoneó su cabalgadura y continuó su camino. Anza alcanzó a decirle que podía
contestar a sus cartas en México. Rivera expresó su consentimiento y continuó
cabalgando.
A su llegada a Monterey, Rivera pidió a Serra que viniera a visitarlo. Luego de
explicarle su excomunión, entregó al padre presidente las cartas que traía de San Diego
y cuyos sellos estaban abiertos lo que explicó como una equivocación asegurando no
haberlas leído. Serra retornó a Carmel y comunicó a Rivera que Fuster había procedido
correctamente en la excomunicación y que ésta la sería levantada tan pronto como se
restituyera al fugitivo Carlos al amparo de la iglesia. Pidió una escolta y envió
comunicaciones a México con el padre Cambon que debía alcanzar a Anza. Rivera accedió a
regañadientes.
La condición mental del capitán Rivera, sino enferma, rayando en la demencia, indica
una composición sicológica muy compleja. Al día siguiente de autorizar una escolta para
Cambon, salía personalmente a alcanzar a Anza sin permitir siquiera que Serra lo
acompañase.
Cambon alcanzó a Anza en la misión de San Luis y le entregó las cartas que traía.
Rivera pedía excusas y junto con anunciar su pronta salida al sur le rogaba que lo
esperara en San Gabriel. Moraga le comunicaba la demencia del comandante. El 29 de abril
llegaba Anza a San Gabriel encontrando que Rivera se había adelantado y lo esperaba en la
misión. Anza acampó en las afueras y comunicó al capitán que sólo se comunicaría con
él por escrito. Después de varias comunicaciones, Anza salió con sus diez soldados
hacia Sonora y Rivera, que no había terminado su informe, prometió enviarlo con un
correo que lo alcanzara en el camino. Lejos de cumplir con lo acordado, Rivera sólo
envió dos cartas personales que Anza se negó a recibir. Fue éste el último intento de
comunicación entre los dos oficiales. Bucarelli más tarde, reprendería a ambos su mal
proceder. Si bien la razón estaba enteramente de parte de Anza, este coronel debió haber
procedido con más energía y autoridad, relevando a Rivera si éste no hubiera entrado en
razón. Desgraciadamente no existía una subordinación clara. Rivera dependía de Neve en
Loreto; Anza, del comandante de la frontera. Esta anómala situación había retardado el
desarrollo de las misiones y presidio.
Rivera mientras tanto, había llegado a San Diego. Recapacitando su comportamiento en
los últimos días, decidió proceder de acuerdo con las ordenes del virrey. El 8 de Mayo
escribía a Moraga ordenándole que estableciera el presidio de San Francisco en el lugar
elegido por Anza. La fundación de la misión tendría que esperar hasta el año
siguiente. Al mismo tiempo, ordenaba al sargento Grijalva que saliera de San Gabriel con
los colonos que allí permanecían y con todos los elementos para las nuevas misiones y
que se dirigiera Monterey a ponerse bajo las ordenes de Moraga.
Fundación de San Francisco
El 17 de junio de 1777 salía Moraga con su gente. Los acompañaban los dos
franciscanos destinados a la misión cuya fundación se encontraba suspendida pero que por
lo menos estarían en el terreno. Diez días más tarde levantaban sus tiendas de campaña
junto al arroyo de los Dolores donde Moraga había plantado sus semillas. Se dio comienzo
al corte de la madera y a recoger tules para los techos. Moraga quería avanzar lo más
posible mientras se esperaba la llegada del bergantín. Pero un mes más tarde como le
buque no aparecía, levantó el campamento y lo llevó al sitio designado para el
presidio. De común acuerdo, los dos frailes se quedaron en el arroyo cuidando el ganado
con uno de los colonos y protegidos por seis soldados.
Al llegar el San Carlos que se había atrasado debido a vientos
adversos, desembarcaron los carpinteros y ayudados por los marineros se procedió a
levantar el presidio bajo un plano trazado por Cañizares. En una clausura cuadrada se
levantaron la casa del comandante, la capilla, la bodega y las casas para los soldados.
Fue así como el 17 de septiembre se inauguraba el presidio con una misa solemne,
descargas de artillería, repiques de campana, al cabo de las cuales se cantó el Te
Deum.
Días más tarde salía Moraga de exploración apoyado desde el mar por un bote en que
iban Quirós y Cañizares. Las dos expediciones no se juntaron por diversos motivos y
Moraga cruzó los cerros de la contra costa y llegó hasta divisar el valle central de
California, planicie tan vasta que el horizonte hacia el este se le pareció como el del
mar.
Antes de salir en su exploración, Moraga decidió tomar la responsabilidad de fundar
la misión. Quirós lo secundó y envió otra vez sus carpinteros y marineros a tierra,
esta vez a construir la iglesia. Los seis soldados habían construido sus rústicas
casuchas en la ribera del arroyo. Para el día de San Francisco, 4 de Octubre, la iglesia
estaba lista, construida entera de madera y revestida de barro. Una casa contigua estaba
también terminada. Pero los padres no celebraron oficialmente su inauguración pues
Moraga se encontraba ausente. La celebración tuvo lugar el 9 de Octubre de 1777. Luego de
la misa y Te Deum se dispararon cohetes, se echaron a volar las campanas y otra vez se
descargaron los cañones y las escopetas. Se habían carneado dos reses para agasajar a
los marinos que pronto deberían partir. El 21 de Octubre se hacía a la mar el San
Carlos dejando a cuatro marineros para que ayudaran en los trabajos de la
misión.
Rivera permaneció algún tiempo en San Diego ocupado todavía en la investigación del
ataque y destrucción de la misión. A mediados de Julio había llegado el padre Serra
abordo del San Antonio. Serra se mostró inmediatamente en desacuerdo con
los planes de Rivera. Estos consistían en enviar a San Blas a los indios prisioneros
donde se les daría un castigo adecuado. Mientras se esperaban instrucciones superiores,
Serra convenció a Choquet que le facilitara los medios y la gente del buque para
reconstruir la misión de San Diego. El marino accedió inmediatamente y fue personalmente
a ayudar a cortar adobes y a ejecutar obras de carpintería. Serra pidió por escrito una
escolta a Rivera y éste ordenó a un cabo con cinco soldados que se unieran a la
cuadrilla que trabajaba en la construcción. Se lograron juntar más de 50 trabajadores
que acarreaban piedras, mezclaban el barro y excavaban los cimientos de edificios
sólidos, resistentes al fuego. Todo el establecimiento estaría protegido por un muro
exterior construido también de adobes. Rivera, que no perdía oportunidad para mortificar
a los frailes, decidió el 8 de septiembre de 1776, retirar la escolta so pretexto de que
los indios preparaban un ataque. Fue imposible convencerlo de que no había peligro y
Choquet tuvo también que retirar sus marineros.
Las cartas de Serra y el informe verbal de Choquet resultaron en una orden perentoria a
Rivera, fechada el 25 de diciembre de 1776. En ella se le ordenaba que estableciera las
misiones de Santa Clara, San Juan Capistrano, que reconstruyera la de San Diego, que
dejara en libertad a los indios prisioneros y otras instrucciones menores. Por otra parte,
Bucarelli ordenaba a Don Felipe de Neve, gobernador de California, que trasladara la
capital del territorio a Monterey ordenando a Rivera tomar la vice-gobernación en Loreto.
A mediados de octubre de 1776 llegaban a San Diego 25 soldados de cuera al mando de un
cabo. Traía su jefe ordenes para Rivera. Rivera ordenó una custodia de 12 soldados para
la misión de San Diego reanudándose inmediatamente la reconstrucción. Envió dos
soldados a reforzar a San Gabriel y se quedó con 30 hombres en el presidio de San Diego.
Fundación de San Juan Capistrano
Poco después salía Serra con dos frailes y diez soldados a proceder con la fundación
de la misión San Juan Capistrano, labor que se encontraba suspendida desde el ataque a
San Diego. La cruz plantada por Ortega estaba todavía en pié. Se desenterraron las
campanas y una vez colgadas llamaron a la primera misa que Serra celebró bajo una ramada.
El entusiasmo de Serra por la nueva misión, los numerosos nativos que se acercaron, la
pequeña ensenada donde podrían desembarcarse directamente las provisiones, todo lo
impulsaron a concluir cuanto antes. Fue así como salió con la escolta de un sólo
soldado a buscar obreros y provisiones a San Gabriel. A punto estuvo de terminar allí sus
días pues los indios lo amenazaron y lo habrían ultimado si un indio cristiano no les
hubiera dicho que tras Serra marchaban numerosos soldados que lo vengarían en caso de
ataque. La nueva misión quedó a cargo de dos franciscanos vascos: Pablo Mugartegui y
Gregorio Amurrio. Desde un comienzo recibió un trato muy favorable por parte de los
indios que vinieron a establecerse en gran número. No significaba esto que las
dificultades con los soldados cesarían. Uno de los dos caciques que llegó a pedir
permiso para levantar su ranchería junto a la misión, comunicó a los padres que uno de
los soldados se había llevado a su mujer. Los franciscanos resolvieron el problema
enviando al soldado a San Diego.
Rivera había salido de San Diego a comienzos de octubre sin esperar la inauguración
de las misiones. Se preocupaba ahora de que su comportamiento relativo al establecimiento
de las misiones en el norte, no sería aceptado por el virrey. Cabalgó con prisa
enterándose en San Luis del establecimiento de la misión de San Francisco. Llegado a
Monterey salió apenas le fue posible a establecer la misión de Santa Clara llevando al
padre Tomás de la Peña que había sido asignado a la nueva misión. El 26 de noviembre
estaba en San Francisco y luego de visitar el presidio, la misión, la huerta y los
corrales, se mostró complacido por la labor de Moraga. Por lo menos la creación de la
misión junto al arroyo de los Dolores le quitaba un gran peso de encima.
Con Moraga salió a expedicionar hacia el actual valle de Santa Clara. El otoño de
1776 fue de intensas lluvias y se encontró que las planicies estaban inundadas. Era
peligroso internarse en el lodazal pues no había seguridad de poder salir de allí. Se
encontraba en este dilema cuando los alcanzó un correo que traía noticias de un asalto
indígena a San Luis Obispo. Indios de una ranchería enemiga de los indios cristianos de
la misión habían incendiado el techo de tule usando flechas ardiendo. Tuvo pues el
gobernador que salir a amagar esta nueva crisis y dejó al eficiente Moraga la tarea de
fundar Santa Clara.
Fundación de Santa Clara
El 7 de enero llegaba Moraga con sus soldados y sus colonos, sus familias y sus
arrieros y procedía a acampar en las márgenes del río Guadalupe. Se levantó la cruz,
se construyó un altar bajo una enramada y el 12 de enero se cantaba la primera misa de la
nueva misión. Una semana más tarde, dejando una escolta de siete soldados, Moraga
volvía a su cuartel en San Francisco.
El 3 de Febrero Don Felipe de Neve, gobernador de las Californias, llegaba a Monterey a
establecer allí la nueva capital del territorio. Puede tomarse la llegada de Neve y su
ascensión al mando de la Alta California como el punto final de la primera era de la
California española.
Desde la llegada de Portolá a San Diego en 1769, el real ejército había fundado tres
presidios: San Diego, Monterey y San Francisco; establecido ocho misiones; explorado miles
de leguas cuadradas de territorio; abierto dos nuevas rutas a la Alta California;
protegido misioneros; llevado correos y provisiones a lomo de mula; sostenido ataques
contra indios bárbaros y soportado toda clase miserias como eran la falta de ropa, de
armas, de techo y de alimentos.
NOTAS
1. Bucarelli a Felipe Barry, Nov. 30, 1771, acusa recibo de la
información y ordena a Fages que castigue severamente a los desertores. Archivo de la
Misión de Santa Barbara, número 77.
2. La tropa, incluso los voluntarios se quejaban constantemente de
Fages. Se le acusaba de no distribuir las raciones y de ser egoísta. Un soldado se quejó
más tarde que murieron más por hambre que por enfermedad. Veáse, Sánches, Spanish
Bluecoats, p. 63.
3. Informe sobre la distribución de abastecimientos a las misiones
y presidios se encuentra en AGN, Provincias Internas, Vol. 211, fjs. 349-351.
4. Fages, Alta California, p. 102, AGN, Provincias Internas,
Vol. 211, Fjs, 334-336.
5. Fages a Bucarelli, Archivo General de la Nación, México,
Californias, Vol. 36. fjs. 350-381. Fray Maynard Geiger tradujo una copia de este informe
que se encuentra en el Archivo de la Misión de Santa Barbara construyendo un excelente
plano con los datos de Fages. V.Southern California Quarterly, 49:3, 1967, 327-336.
6. Instrucciones de Bucarelli a Croix en Boletín del Archivo
General de la Nación, segunda serie. tomo VI, número 3, p.470.
7. Instrucciones de Bucarelli a Croix, obra citada, p. 470.
8. Para una detallada descripción veáse Bolton, Anza's
California Expedition. Los volumenes II y III contienen la traducción de los diarios
de Anza, Díaz, Garcés, Palou y las narraciones de Moraga y Font. El último volumen
incluye la correspondencia sobre estas expediciones.
9. Sin embargo, Croix en su informe de 1781 lo ponderaba por sus
buenas cualidades y constancia y solicitaba a Gálvez que lo recomendara al Rey para
recibir alguna gracia u honor. Citado por Thomas, Teodoro de Croix, p. 238
10. El diario o informe de Ayala a Bucarelli, junto con un mapa
trazado por José Cañizares ha sido traducido y publicado por E.J. Molera, The March
of Portolá amd the Log of the San Carlos , San Francisco 1909.
11. El apellido de este sacerdote aparece como Jaime, Jaume y Jayme
en los documentos.
12. El soldado de cuera debidamente equipado, era, como ya se ha
visto, un arsenal a caballo. En la frontera norte se habían creado "compañías
volantes" que podían desplazarse rapidamente en persecusión de fugitivos. No
llevaban cuera, ni adarga. Es posible que Anza haya sugerido el cambio de indumentaria y
equipo en esta ocasión.
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