5: Segundo Gobierno de Fages, (1782-1791)
<< 4: Felipe de Neve y Su Gobierno || 6: Gobiernos de Romeu y Arrillaga, 1791-1794 >>
Instrucción de Neve a Fages
Mientras Neve y Fages marchaban hacia el Colorado para combatir a los yumas, el
presidio de Monterey y por ende, la gobernación de California, había quedado a cargo del
capitán ayudante Don Nicolás Soler. Era Soler un hombre difícil: ambicioso, rencoroso y
probablemente frustrado en sus deseos de alcanzar grados más altos, como había sido el
caso de Rivera. Pero si mientras al capitán Rivera sus compañeros y la tropa le tenían
gran estima, Soler era lo contrario. Sus difíciles cualidades lo hacían en extremo
antipático a la tropa. Neve le había dejado instrucciones específicas en los que se
refería a la inspección e instrucción de los soldados.(1)
Como esperaba volver, no le dejó orden alguna sobre su conducta en el gobierno de la
provincia o en la administración del presidio. En cambio, a Fages le dejó detalladas
notas contenidas en 18 artículos cuya lectura muestra una sabia política hacia los
indios, soldados, pobladores y misioneros.(2)
La Instrucción sugiere que se trate a los indios con cariño y respeto,
regalándoles collares de cuentas para lo que ha dejado una buena provisión en varios
lugares. Al mismo tiempo menciona el caso del cacique Yanolali de Santa Barbara cuya
amistad y respeto se ha ganado, no sólo con obsequios, sino mostrándole que en caso de
indisciplina estaba dispuesto a castigar a sus propios soldados obligándoles a mantener
guardias a pleno sol con tres o más cueras. Aconseja castigos y perdones para aquellos
que roben o maten ganado, llevándolos al presidio y después de hacerles ver su mal
proceder, darles alguna regalo como incentivo para su mejor conducta. Sugiere también que
se trate de apaciguar a las tribus al sur de San Diego que han dado muerte al cabo Antonio
Briones y que pueden amenazar las comunicaciones con Baja California. Fages, iba a seguir
al pié de la letra e incluso mejoraría las instrucciones sobre los indios que renegaban
la fe y se hallaban fugitivos. No debe la tropa ir a buscarlos. Lo lógico es que vayan en
su busca los misioneros o los indios amigos. En caso de urgente necesidad, como puede ser
el caso en Soledad, deben tomarse todas las precauciones para impedir un encuentro
violento y toda efusión de sangre.
Queda también muy en claro que la guía y la ley para el nuevo gobernador deben ser
los reglamentos de presidios y de la península, poniendo especial cuidado en que se
observen las regulaciones de los habilitados.
El artículo 9 se refiere a las ciudades y la importancia que tienen en el
abastecimiento de granos para los presidios. Le entregó también instrucciones precisas
sobre la matanza del ganado que debía efectuarse en los meses de febrero y en septiembre.
Debían carnearse unas 24 vacas viejas o bueyes distribuyendo la carne entre la tropa y
reservando el sebo y los cueros para beneficio del tesoro real. La carne que no pueda
consumirse deberá secarse en tiras de charqui y distribuirse a las escoltas y presidios.
Como la carne de oveja no es muy apetecida gracias a la abundancia del ganado vacuno, Neve
sugiere vender los borregos a los nuevos pobladores.
Más adelante declara la necesidad de establecer un archivo con todas las cédulas,
ordenes, reglamentos, informes y otros papeles importantes. Bancroft alcanzó a hacer uso
de esta importante colección de documentos para la historia de California que se
perdería más tarde en el incendio que siguió al terremoto en la ciudad de San Francisco
en abril de 1906.
El último artículo se refiere a las relaciones con los religiosos que ya dice haberle
dado verbalmente a su sucesor y que le recomienda que el mejor camino es evadir toda
ocasión y asuntos que puedan prestarse a discordias o desacuerdos.
Fages busca una nueva ruta
Armado con estas instrucciones tomó Fages el camino a su nuevo cargo. Pero esta vez no
siguió la ruta que había abierto de Anza por el desierto de Borrego hacia San Gabriel.
Decidió en vez, abrirse camino por la sierra en derechura hacia San Diego. Fages podía
arriesgarse a explorar esta ruta pues no llevaba niños ni mujeres, apenas unas pocas
bestias de carga y sus soldados iban preparados para una campaña en el desierto. Pudieron
entonces sortear sin dificultad los rigores del terreno. Después de descender 83 metros
bajo el nivel del mar en lo que sería más tarde el Salton Sea, escalaron las montañas
de Cayumaca de 760 metros de altura para llegar el 20 de abril de 1782 a la misión de San
Diego. Habían atravesado casi 250 kilómetros de terreno muy montañoso en siete días.
Esta ruta que para las tropas reales resultó impráctica, sería más tarde un importante
camino para los norteamericanos y el General Kearney abriría un camino para carretas en
la misma ruta.(3)
Inspección de presidios, misiones y pueblos
Fages comenzó su tarea inspeccionando la fuerza del presidio de San Diego. La
encontró en buenas condiciones que atestigua los cambios ocurridos desde su
administración anterior. Ortega había tomado el mando de Santa Barbara y en su
reemplazó estaba el teniente José Zuñiga que no desmerecía de su antecesor. Zuñiga
tenía bajo su mando a un sargento, cinco cabos y 46 soldados. De esta gente, 22 se
encontraban destacados en las misiones de la zona y otros en el nuevo pueblo de Los
Angeles. La guarnición permanente se mantenía entonces en 24 soldados, el sargento y dos
cabos. Dos artífices civiles, un carpintero y herrero y algunos sirvientes completaban la
dotación del puesto militar. La lista de armas estaba bastante completa pues tenían 44
espadas, 48 lanzas, 49 escopetas, 11 pistolas, 47 cueras, 49 adargas, 52 sillas de montar,
50 caballos y 107 mulas. Esta lista muestra una falta de pistolas, pues el reglamento
requería un par por cada soldado, y de caballos. La caballada de este presidio siempre
estuvo corta. Ya en su primera visita Neve había encontrado 37 caballos
"malsanos" y apenas 70 mulas. El reglamento contemplaba una "piara" de
siete caballos para cada soldado.
Los edificios se hallaban en buen estado. La muralla se había construido de adobes y
Fages no dice que necesitaba repararse o completarse lo que hace pensar que encuadraba
todos los edificios donde vivían unas 150 personas. Hay otras versiones que afirman que
esta muralla no se completó hasta después del gobierno de Fages.(4)
El nuevo gobernador continuó su viaje haciendo una visita de inspección a presidios,
custodias y pueblos. En Santa Barbara, Ortega había continuado con la construcción del
presidio usando primordialmente adobes, pero donde pudo, se usó cemento y la fundación
de la pared exterior era de piedra. Se usó la teja para los techos y se construyeron con
vigas de palo colorado traído por los paquebotes desde Monterey. Las memorias de José
María Romero, hijo de uno de los soldados, refiriéndose a un encuentro que tuvo su padre
con un puma, dicen textualmente: "Este incidente ocurrió cuando traían madera de
las montañas pues no había indios cristianos, y los soldados tuvieron que hacer todo
tipo de trabajo durante la fundación del presidio: cortar madera, hacer adobes y tejas y
todo lo que fuera necesario para construir los edificios."(5)
Bancroft dice que los soldados contribuyeron $ 1200 pesos en la construcción, cantidad
que les fue retribuida como gratificación. Al parecer la guarnición de este presidio era
tropa escogida de lo mejor que disponía Neve y con las buenas calidades de su jefe iba a
dar muy pocos problemas y quehaceres al gobernador. Sólo Soler encontraría defectos como
se verá más adelante. La fuerza consistía en 54 soldados, dos cabos, tres sargentos y
un alférez. Al establecerse las otras dos misiones, 18 soldados se destacarían en esas
dos custodias. Al llegar Fages, la guardia de Buenaventura era de 15 hombres al mando de
un sargento. La compañía de Santa Barbara era la mejor equipada de California y se
mantenía en permanente estado de alerta, con centinelas, caballos ensilladas en todo
momento y pólvora seca y lista.(6)
Exhortación a los indios fugitivos
Aunque Neve temía una sublevación de los aborígenes en la zona del canal, esto no
ocurrió durante el período español. Por el contrario, trabajaron tan bien el campo que
la sobreproducción de granos llegó a tal extremo que en 1785 el comandante general
ordenaba que no se sembrara esa temporada.
En su viaje, Fages hizo proclamar en todas las rancherías que venía como amigo y
protector pero junto con repartir cuentas de vidrio previno a los indios que iba a
sancionar con severidad cualquier acto hóstil. Al visitar cada misión, pidió a los
neófitos que notificaran a los fugitivos que si no regresaban por su propia iniciativa,
iría el a buscarlos y al mismo tiempo los exhortaba a su buen comportamiento. Los indios
que recordaban su gobierno anterior, acataron y aceptaron sus exhortos y fue así como
durante su gobierno hubo muy pocos incidentes con los nativos.
Esta nueva actitud fue muy bien recibida por soldados, misioneros e indios. A los
primeros, se les eximía de una enorme responsabilidad cual era la de buscar fugitivos,
tarea peligroso que acarreaba grandes riesgos. Léase por ejemplo la siguiente versión:
Poco después de la fundación de Santa Barbara, por orden del gobernador, salió un
padre por tres meses a ganarse los indios de las montañas y de los tulares. Llevaba una
escolta de soldados y los indios, los cuales eran muy malos, atacaron a los soldados
obligándolos a abrirse paso. Los indios se refugiaban en cuevas secretas y desde allí
atacaban a los soldados que pasaban desapercibidos, de manera que algunos soldados fueron
heridos.(7)
San Francisco: dificultades entre frailes y soldados
Después de visitar e inspeccionar San José, Fages continuó a San Francisco. Allí
encontró la menor concentración de tropa: 34 hombres además de los oficiales, de los
cuales diez servían en Santa Clara y San José como custodia. El comandante era el
teniente José Moraga cuyo grado había sido confirmado por una real orden en 1782.. El
presidio estaba en mal estado pues algunos inviernos muy lluviosos habían causado el
derrumbe de las paredes y de algunos edificios, volviéndose la antigua construcción de
cañas y barro. Las dificultades de acarrear la madera al lugar del presidio eran
evidentes y las pésimas construcciones pueden también haber sido causadas por la falta
de artesanos experimentados. Bancroft dice que una tormenta en enero de 1784 se llevó
toda una esquina del presidio. Soler consideraba el sitio inhospitalario y en su informe
sugería abandonarlo lo que Fages, por supuesto, no aceptó. Los indios se comportaban
bastante bien ya que su número era muy reducido y con la excepción del robo ocasional de
un ternero o un potrillo no hubo necesidad de castigos ni persecuciones. Más problemas
dieron los misioneros que por dos años no habían cantado misa en el presidio pero con la
conclusión de la capilla en febrero de 1784 los frailes retornaron. Aunque en todos los
presidios se daban las mismas condiciones de animosidad entre soldados y frailes en
ningún otro presidio se vio una mayor enemistad que en San Francisco.
La fricción entre militares y religiosos era mucho más profunda que la actitud de
anticlerical e iba más allá de los apodos e insultos que usaban los soldados. Mientras
el sacerdote venía con excelente disposición, con la esperanza de sacrificarse en lo
temporal, incluso la vida misma por el amor de Dios y resignado a pasar el resto de sus
días en la castidad, pobreza y otras privaciones, el recluta enviado a California era,
según los frailes, "ignorante, falto de disciplina y obediencia haciéndolo poco
menos que inútil; no le molesta el servicio siempre que se le de para sus vicios."
El soldado que se apegaba a los frailes era apodado "frailero" por sus
compañeros y rara vez los oficiales mostraban más cariño hacia los misioneros que la
tropa. Era frecuente que los soldados se negaran a ayudar en las construcciones de la
misión y el teniente coronel tuvo que amonestar a los tenientes y castigar severamente a
los desobedientes.
Fages en Monterey
A fines de Octubre de 1782 llegaba Fages por fin a la capital de su territorio,
Monterey. Encontró el presidio en mucho mejores condiciones de las que lo había dejado
en 1774 y se dio por entero a mejorar la casa del comandante, a establecer un jardín, una
huerta y a plantar árboles frutales. La razón era que habiendo convencido a su esposa de
las bondades de California, la señora llegaría pronto a Monterey.
Los historiadores anglo-americanos están de acuerdo en que la década del gobierno de
Fages fue un período plácido sin acontecimientos notables cuyos anales muestran muy poco
salvo incidentes locales. La estadía de Pedro Fages en Monterey no fue sin embargo,
fácil. Su primer problema fue el capitán ayudante Nicolás Soler. Algunos historiadores
consideran a Fages una persona simpática que "llega hasta nosotros con una
personalidad radiante".(8) Su comportamiento desde el
punto de vista militar, deja mucho que desear. El teniente coronel no poseía un don de
mando. Ya se ha visto sus dificultades con Rivera durante su primera administración. Es
verdad que en esa ocasión existía una anómala situación en que él, como gobernador y
teniente, no podía estar subordinado a un capitán. Ahora, en 1783, su capitán ayudante
mostraba un comportamiento irregular y hasta cierto punto, irrespetuoso. Fages se excusa
culpando a Neve de no haber dejado en claro en el reglamento las obligaciones y deberes
del capitán ayudante. Todo lo contrario, el reglamento está clarísimo y habría bastado
con una actitud firme de parte del teniente coronel hacia el capitán para poner fin al
asunto.
Para empezar, Soler no entregó el mando de la guarnición del presidio que debería
estar bajo el mando directo del teniente Gonzalez. Tampoco entregó la inspectoría. Fages
no se lo pidió ni tampoco le dio orden alguna al respecto. Se limitó a esperar que
Solers entregara los cargos. El hecho de que los dos oficiales eran amigos y hasta
compadres, complicó de sobremanera la situación. Fages toleró demasiado dejando pesar
la amistad sobre asuntos de administración militar en la que no pueden intervenir las
relaciones familiares. Algunos historiadores han visto envidia por parte de Soler y la
verdad es que el capitán insistía hasta la exageración en que estaba cumpliendo con el
reglamento cada vez que interfería con una orden o con las labores del gobernador. Fages,
en vez de enviarlo de vuelta a la Comandancia general, ¡pidió instrucciones!
Los inhábiles habilitados
El sistema contemplado en el reglamento de Neve con respecto a la contabilidad
dependía de la habilidad de quien se designara como habilitado. Los soldados elegirían
por pluralidad de votos a dos apoderados y éstos, reunidos junto con el alférez en la
casa del comandante, procederían a la designación del habilitado.(9)
Tanto el capitán como el teniente coronel comprendían que se necesitaba un comandante
competente y un habilitado de igual categoría en cada presidio. La dificultad estaba en
que ambos oficiales no estaban de acuerdo a las aptitudes de sus subordinados y en que
sencillamente no había ocho oficiales con las cualidades necesarias. Soler pretendía
hacer combinaciones de manera que se estableciera un equilibrio en cada presidio. Ambos
coincidían en que Zuñiga, Sal, Goicoechea y Argüello eran los más capaces pero iba a
tomar tiempo y paciencia antes de que se distribuyera este talento a cada presidio
combinando las aptitudes de habilitados y comandantes.
Soler insistía en relevar a Ortega de la comandancia en Santa Barbara. Este teniente
había ascendido de sargento ante la recomendación del padre Serra al virrey y era, sin
duda, un hombre talentoso y capacitado como lo demuestra su desempeño en San Diego y más
tarde en la fundación de Santa Barbara. Soler sin embargo, estaba pronto a buscar
irregularidades y a encontrarlas aunque en la práctica no existieran. No se comprende que
Fages haya consentido, pero así sucedió y en enero de 1784, el teniente Felipe de
Goicoechea lo relevaba. El nuevo comandante no probó ser mejor que el anterior y Soler
quería reemplazarlo por Zuñiga con un habilitado incompetente o reponer a Ortega con un
buen habilitado. Fages rehusó sacar a Zuñiga de San Diego y obligó a Soler a aceptar
los nombramientos que el mismo había sugerido.
En 1786 fallecía Moraga el fundador de San José y el único comandante que había
tenido el presidio de San Francisco. Fages tomó la oportunidad para cambiar comandantes y
ofreció a Ortega el mando de uno de los tres presidios del norte. Ortega se inclinó
primero por Santa Barbara pero eligió Monterey donde tomó el mando de la compañía
presidial en 1786.
Una situación más difícil se presentó con Hemeregildo Sal. Este militar tenía una
buena educación y cierta agilidad mental. Neve lo llevó a Monterey para que arreglara
las cuentas de su comisario. Su excelente desempeño le valió el ascenso a alférez y al
ser suspendido Gonzalez por insubordinación, quedó como comandante interino del
presidio. Allí, por razones desconocidas cayó en desgracia de Soler que lo acusó de
malversación de fondos reales en agosto de 1787. Se le puso bajo arresto domiciliario.
Sal que sospechaba un interés de Soler por su mujer, amenazó con matarlo. Al ampliarse
la investigación del supuesto defalco en el que se acusaba a Sal de la pérdida de 3000
pesos, Fages se dio cuenta de lo que sucedía y tuvo que poner también en arresto a
Soler, obligándolo a desempeñar sus funciones calladamente y sin pasar por el patio
principal, debiendo caminar hasta su despacho por detrás de la capilla. El proceso tardó
tres años, al cabo de los cuales no sólo fue Sal totalmente exonerado, sino que se le
reconoció un saldo a su favor de 600 pesos.
La disputa con Sal había colmado la paciencia del teniente coronel y Fages pidió su
reemplazo al comandante general. Soler pidió una investigación general pidiendo que se
le sometiera a un sumario alegando que no podía desempeñar su cargo bajo Fages. Pero el
general Jacobo Ugarte y Loyola que desde 1785 era el comandante general, dio la orden de
abolir su cargo y su traslado inmediato a Arispe. Esta orden llegó en Agosto de 1788.
Nombrado comandante en Tucson, el capitán Soler falleció en ese presidio en 1790. Al
salir de California, debía siete mil pesos a las cuentas del presidio, deuda que no
alcanzó a pagar a pesar de encontrarse a medio sueldo el resto de sus días.
Otro oficial que iba a causar grandes dolores de cabeza al gobernador era el teniente
Diego Gonzalez. Don Diego era natural de Ceste del Campo en Castilla y a los 26 años
había sentado plaza de soldado, a los dos años era cabo, cargo en que sirvió tres
años. Después de 10 años de servicio como sargento se le ascendió a alférez. Veterano
con muchos años de campaña en la línea de presidios de las Provincias Internas se le
seleccionó como teniente para el servicio de California en 1779 cuando tenía 43 años de
edad. Fages que lo conocía bien, dice que "no tiene narizes ní asiento".(10) Mujeriego, borrachín y jugador empedernido, había sido
puesto bajo arresto en Monterey en 1784. Se sospechaba entre otras cosas que había
traficado ilegalmente con el galeón de Manila. El propio Fages daba la orden a Soler por
escrito: "Ordeno el arresto por insubordinación del teniente Diego Gonzalez. A pesar
de la prohibición de los juegos de azar, ha perdido dos caballos a sus soldados."(11) Soler había tratado de reemplazarlo en esa plaza sin
éxito. Al morir Moraga en Julio de 1785 se le destinó a San Francisco por su
antigüedad. Su conducta allí fue tan escandalosa que por orden del gobernador fue puesto
bajo arresto por su propio alférez, José Ramón Lasso de la Vega.
Lasso de la Vega que actuaba como habilitado en San Francisco era incapaz de mantener
sus cuentas al día. Soler descubrió pérdidas de 800 pesos en 1782 y para 1787 el
déficit era enorme. Fages culpó a Soler por no haberlo supervisado mejor lo que
constituía una falta de disciplina. Lasso culpó a los soldados que se robaban la
mercancía, y agregaba que el azúcar se derretía en el transporte y almacenamiento. El
general Ugarte ordenó que se le despidiera del servicio cuando terminara de pagar la
deuda. Pero más tarde, Romeu lo suspendería en 1791. El virrey le concedería el retiro
a medio sueldo como inválido. Lasso formó su hogar en California sirviendo como maestro
de escuela en San José.
Dificultades familiares
Pero los problemas con sus oficiales iban a palidecer comparados con los que le iba a
dar su esposa Doña Eulalia Callis. Fages fue a recibirla en Loreto en 1783. En enero de
1784 se encontraba ya en Monterey con su hijo Pedrito. La señora dio muestras de gran
generosidad. Enternecida por la pobreza de los indios, empezó repartiendo sus propias
vestimentas hasta que Don Pedro hubo de hacerle ver que esas prendas no podían
reemplazarse en la remota California. Esta cualidad mantuvo durante toda su residencia en
Monterey dejando un recuerdo de caridad y cariño por los pobres y los enfermos. Pero al
año de estadía y después de haberle presentado con una hija, la señora gobernadora se
negó a compartir el lecho con su esposo. Fages acostumbrado como estaba a vivir sin su
mujer, no se inmutó pero doña Eulalia trató de buscar la causa de su resignación y
creyó hallarla en una sirviente india. El 3 de febrero de 1785--nótese que se ha
conservado la fecha-- la gobernadora armó un escándalo que conmovió al presidio entero.
A pedido de Fages, los frailes de la misión trataron de hacerla entrar en vereda. Ella
contestó que se iría con el mismo diablo antes que vivir otra vez con su marido. Fages
tenía que salir en visita de inspección y antes que dejar a la señora escandalizando en
Monterey, la hizo llevar a Carmel donde los frailes tuvieron que amenazarla con azotes y
cadenas. El compadre Soler, nos imaginamos que era el padrino de la hijita nacida en San
Francisco, trató por todos los medios de remediar la situación. Curiosamente, el
problema desapareció calladamente y desde 1785 no se tienen noticias de desavenencias
familiares entre los Fages. No cejó por esto doña Eulalia en sus esfuerzos de abandonar
California y escribía a la Audiencia, al Virrey y a España, solicitando el traslado de
su marido alegando que el clima era injurioso para su salud.
El informe del capitán Soler
El capitán general que se encontraba a miles de kilómetros de distancia y que no
había visitado nunca California, tuvo la ocurrencia de solicitar al capitán Soler un
informe sobre California. El capitán tuvo "éxito en hacer el total ridículo"
con su informe.(12) Comienza su documento declarando que
no tiene cabeza para presentar ningún proyecto. Siguen 35 artículos, algunos tan faltos
de mérito que no merecen discutirse. Para empezar, sugiere el abandono del presidio de
San Francisco y el traslado de la tropa a Santa Barbara. Los presidios deben estar al
mando de un capitán. Los soldados no deben cuidar el ganado y para lograrlo, las manadas
deben reducirse terminando con el envío de ganado al sur. Otras sugerencias se refieren
también a los soldados. En cuanto a los indios, han sido ya neófitos por bastante tiempo
y es hora de que se conviertan en ciudadanos pues el gobierno ya ha invertido lo
suficiente en ellos. Se deben retirar las custodias de pueblos y misiones y de esta manera
los infieles vendrán por su propia voluntad a los pueblos y misiones atraídos por las
buenas condiciones. Con esto no se necesitará la labor de los misioneros.
Tales recomendaciones no podían enviarse al comandante general sin comentarios y Fages
remite su propio informe el 8 de noviembre de 1787. La secularización de las misiones
llegaría a su debido tiempo y no puede acreditársele a Soler ni una sola reforma que
haya provenido de las recomendaciones.
Los eternos problemas con los franciscanos
Se recordará que el padre Serra había viajado a la ciudad de México en 1773 con el
declarado propósito de obtener el traslado de Fages de la comandancia en Monterey. Lo
lógico hubiera sido que estos dos hombres hubieran reanudado con encono su enemistad al
regresar Fages a la comandancia. Pero no sucedió así. Serra se hallaba en el final de su
carrera y de su vida y después de haber tenido que soportar a Rivera y a Neve, su antiguo
adversario era talvez el mejor. El teniente coronel por su parte, había aprendido mucho
desde que era teniente y guardó buen recaudo de las instrucciones de Neve que le
aconsejaba ignorar los insultos vedados que se le harían y de mantener una relación que
evitara las discusiones y desacuerdos.
La salud de Serra era para entonces bastante precaria y el 28 de agosto de 1784
fallecía en la misión de Carmel. Sus exequias fúnebres se vieron revestidas con toda la
pompa que los exiguos medios de la misión y del presidio podían brindar. Asistió el
capitán ayudante Soler y el teniente Gonzalez comandante de la tropa con la mayoría de
su gente ya que se dejó sólo una pequeña guardia. Salvas de artillería fueron rendidas
por los dos bergantines que se hallaban al ancla y que fueron contestadas por el presidio,
"como si se tratara de los funerales de un general" dice Paloú. Terminada la
ceremonia, Paloú dice que entregó a los soldados de la tropa y a otros amigos
particulares pedazos de la ropa interior como reliquias.(13)
Después del fallecimiento de Serra el padre Fermín Francisco Lasuén quedó como
presidente de las misiones. Fages tendría que coordinar con él las relaciones
eclesiástico-militar-políticas. La documentación existente indica que Fages hizo todo
lo posible por mantener relaciones armoniosas las que no fueron correspondidas por los
misioneros. Se le acusaba de perseguir a los frailes. Fages soportó con estoicismo el
tratamiento irrespetuoso que le daba pero después de un año, decidió dirigirse
directamente al virrey con los cargos específicos que había acumulado contra los
misioneros. El 26 de septiembre de 1785 informaba al virrey que los frailes no cumplían
con sus obligaciones de capellanes en los presidios, que ignoraban sus deberes y
obligaciones bajo el patronato real, que no respetaban los precios oficiales fijados en el
arancel y que no obtenían permiso para salir de la provincia.
Estos cargos pasaron del virrey al padre guardián en San Fernando, la casa madre en
México. De allí a la comandancia general y finalmente a Lasuén quien los contestó vía
el mismo camino por que habían venido. Lasuén, como era de esperarlo, desvirtuó todos
los cargos. El resultado fue que se dieron ordenes de que cada uno se limitara a sus
atribuciones y que la armonía entre los dos poderes debía mantenerse.
Fages estaba dispuesto a ignorar el asunto pero estaba pendiente el problema de las dos
misiones que faltaban en el canal de Santa Barbara. Su construcción se había cancelado
cuando la autoridad cívico-militar dispuso que de acuerdo con el nuevo reglamento, estas
misiones se fundarían bajo las nuevas regulaciones que limitaban el poder temporal de los
frailes. Los franciscanos se habían negado a proveer los misioneros para las misiones,
elemento básico que Fages no podía reemplazar. Pero en Marzo de 1785 el gobernador
recibió orden del General Ugarte de fundar inmediatamente la misión de Santa Barbara.
Una orden así no podía ignorarse e informó a Lasuén de que todo estaba listo desde
hacía ya tiempo y que la fundación no podía seguir esperando. El padre presidente
contestó que no tenía frailes disponibles.
Sin embargo, en abril del año siguiente, 1786 recibía Lasuén una carta del padre
guardián en la que le comunicaba que por orden del virrey se enviarían seis frailes para
estas nuevas misiones. Pero el guardián prevenía a Lasuén que las misiones no podrían
establecerse sino bajo el sistema antiguo. Los misioneros habían ganado la partida y
Fages tuvo que resignarse a aceptar las condiciones impuestas por los religiosos. En
diciembre de 1786 se levantó la cruz y se bendijo. Fages no se encontraba presente y fue
representado por el comandante del presidio, teniente Goicoechea. Se le asignó una
custodia de seis hombres que era suficiente debido a que se encontraba a corta distancia
del presidio.
En marzo de 1786 Fages recibió otra vez ordenes directas del comandante general.
Debía fundar la misión en el otro extremo del canal. Lasuén, acompañado de una escolta
militar, reconoció el lugar escogido por Fages y el 8 de diciembre, día de la
Inmaculada, levantó la cruz, ofició la santa misa y luego de predicar un sermón,
bendijo la fundación. Pero nada pudo hacerse hasta marzo de 1788 cuando el sargento Pablo
Antonio Cota con una cuadrilla de trabajadores llegó a levantar la iglesia y los
edificios adjuntos.
La fundación de estas dos misiones representa un triunfo para los franciscanos.
Negándose a proveer de sacerdotes a las nuevas misiones si no se cumplían sus
condiciones, habían forzado al poder civil-militar a abandonar las nuevas disposiciones
del reglamento.
Visita de La Perouse
El 14 de septiembre de 1786, aparecían frente a Monterey dos naves que lograron
traspasar la cortina de niebla que envolvía el puerto. Se trataba de L'Astrolabe
y La Boussole que enarbolaban la bandera francesa y el gallardete de su
comandante Jean François Galaup de La Pérouse.
Dice La Pérouse que Fages había recibido ordenes de atenderlo como si se tratara de
un buque de su propia nación. "Ejecutó estas ordenes con tal grado de celo y
benevolencia que merecen nuestro más cálido agradecimiento," escribiría más
tarde. Se les atendió con toda la cortesía posible y se les proveyó de cuanto
necesitaban de las bodegas reales. Fages les regaló su gallinero completo y cuanto
producto de su huerta pudieron embarcar. Igual tratamiento recibieron de los misioneros y
el propio La Perouse ordenó que como "los militares del presidio que eran sólo 18,
les habían hecho muchos pequeños favores," que se les regalara una pieza de paño
azul, valioso obsequio cuyo valor en California era subido.
Por lo general, las visitas de buques extranjeros a las colonias españolas han dejado
valiosos datos para la Historia. La Perouse se limita a describir los indios y las
misiones. Sus referencias al establecimiento militar son mínimas:
Un teniente coronel que vive en Monterey es el gobernador de ambas Californias. Su
jurisdicción es de más de ochocientas leguas a la redonda pero sus súbditos consisten
de sólo 284 soldados montados, que forman la guarnición de cinco pequeños fuertes y que
proporcionan destacamentos de cuatro o cinco soldados para cada una de las 25 misiones o
parroquias en que se dividen la Nueva y la Vieja California. Esta débil fuerza es
suficiente para asegurar la obediencia de unos 50 mil indios nómades en esta extensa
parte de América.(14)
Después de permanecer diez días en Monterey y de regalar al gobernador unos sacos de
patatas chilenas, producto desconocido hasta entonces en California, los buques de La
Pérouse zarparon con rumbo al Oriente y a la eternidad. Ambos buques naufragaron en la
isla de Vanikoro en el archipiélago de Santa Cruz, sin dejar sobrevivientes. Los relatos
de su viaje habían sido enviados a Europa antes del naufragio.
Los paquebotes de San Blas
El abastecimiento de productos mexicanos y europeos continuó por intermedio de los
paquebotes de San Blas. Cuatro buques hacían un viaje anual tocando en dos puertos, ya
sea Monterey y San Francisco, o Santa Barbara o San Diego. Estos paquebotes, como se les
llamaba, eran Favorita, Princesa, San Carlos o Filipino y Aranzazu. La
llegada de estas naves constituía una verdadera fiesta. Se recibían noticias de México,
se abrían los bultos y el almacén del habilitado ofrecía nuevas mercancías. Los
comandantes de estas naves eran oficiales seleccionados de la Armada Real y muchos de
ellos llegaron a altos grados y mandos en la Real Armada. Bruno de Hezeta, por ejemplo,
fue comandante de escuadra y comandante general. Otros contribuyeron con exploraciones y
descubrimientos importantes. Los viajes a Alaska, las exploraciones de la costa norte,
constituyen un aporte importante a los conocimientos geográficos de la época. (15)
El galeón de Manila recaló en Monterey en 1784 y 1785 y también en 1784 llegó la
fragata Princesa que venía desde Manila. Pero la llegada de estas naves
no causaba impacto alguno. No estaba permitido comerciar con ellas y muchos galeones
preferían pagar la multa impuesta por el rey que detenerse en Monterey.
Intento de iniciar el comercio de pieles
En Junio de 1786 desembarcaba de uno de los paquebotes Don Vicente Basadre y Vega. Este
buen señor venía premunido de cartas de instrucciones para el gobernador y el padre
presidente. Basadre traía una comisión especial: iniciar el comercio de pieles de nutria
y foca en California. Fages, después de leer las instrucciones y de conversar con el
comisionado, hizo leer una proclama en la que se establecían las reglas para el comercio
de las pieles. Los indios entregarían las pieles a los misioneros y éstos a su vez, las
venderían a Basadre por precios que oscilaban entre 2 y 10 pesos según fuera su calidad
y color. Cuando el comisionado no estuviera en California, los padres entregarían las
pieles a los comandantes de presidio. Se prohibía todo comercio que no fuera a través
del comisionado y toda piel que llegara a San Blas por otros medios, sería confiscada. El
comercio de las pieles sería un estanco o monopolio del gobierno.
A las labores militares, agrarias y ganaderas de los presidios se le iba a agregar
todavía otra de carácter comercial. Basadre se quejó más tarde de que Fages le puso
toda clase de obstáculos y que no logró reunir 2000 pieles. No es de extrañarse que los
militares no pudieran cooperar con toda su energía en un negocio particular que no les
reportaba ganancia alguna. Basadre llegó a Manila y trató de vender las pieles pero no
obtuvo los precios adecuados. Se trató de dar el monopolio a una firma filipina que no
aceptó las condiciones impuestas por el comisionado. Fue así, como gracias a la
tendencia española de establecer monopolios, se perdió una gran oportunidad comercial
que habría puesto a California en una buena y firme base financiera. La demanda por las
pieles en China era tal, que La Perouse cree que dejaría a España más oro que México.
Esa visión iban a tenerla los norteamericanos, los ingleses y los rusos que en pocos
años obtuvieron enormes ganancias como se verá más adelante.
Renuncia de Fages
Tuvo Fages también la responsabilidad de reconstruir el presidio de Monterey. El 11 de
agosto de 1789 los cañones del presidio saludaban con una salva de cinco cañonazos la
llegada del paquebote San Carlos. Dice Fages que una chispa cayo sobre el
techo de la bodega adyacente a los cañones. Las llamas se propagaron rápidamente por los
techos de tule quemando la casa del gobernador, la del sarento, seis bodegas y las casas
de siete soldados. Aproximadamente la mitad de los edificios del presidio quedaron
reducidos a cenizas. El gobernador dirigió la reconstrucción de los edificios
haciéndoles techas con tejas y trayendo desde Santa Barbara a tres expertos tejeros. Un
año más tarde en septiembre de 1790, podía escribir orgullosamente a su sucesor que
sólo faltaba una pared por completar y que la casa contaba con excelente mobiliario.(16)
En las postrimerías del gobierno de Fages se produjo el único enfrentamiento
sangriento con los indios. Si bien es cierto que ocurrieron varios incidentes en que fue
imposible evitar la efusión de sangre, ninguno había costado la vida de un soldado. En
agosto de 1790 Goicoechea dio ordenes al sargento Oliveras que saliera con un piquete de
ocho hombres con la misión de buscar a un indio desertor. Pero al parecer se trataba de
hacer una prospección minera. Esta gente, sin tomar las precauciones debidas se
desparramó por la sierra en busca de depósitos metalúrgicos. Fueron atacados por un
grupo numeroso de indios que los obligaron a retirarse con la pérdida de dos hombres, los
soldados Salvador Espinosa e Ignacio Carlon. Fages culpó a Goicoechea de arriesgar a su
gente en prospecciones mineras. Se había desobedecido también la orden de Fages que
restringía las expediciones militares para buscar fugitivos.
Fages llevaba ya muchos años de servicio en la frontera. Su constante cabalgar entre
presidios, misiones y pueblos lo habían agotado fisicamente. Sus preocupaciones con los
habilitados y los malos oficiales lo habían deprimido. Añádase a estas preocupaciones
sus difíciles relaciones domésticas y la amarga controversia con los franciscanos. A
pesar de que se hallaba a gusto en California donde había plantado una huerta, unas
parras y cerca de 600 árboles frutales, pidió a fines de 1789 que se le relevara de su
cargo. El nuevo virrey Conde de Revillagegido, le concedió licencia para pasar a México
y luego a España con su sueldo de un año pagado por adelantado. Se le ascendió a
coronel y se le ordenó que entregara el mando personalmente a su sucesor o que lo hiciera
a través del vice-gobernador José Joaquín Arrillaga en Loreto. Fages hizo preparar
todos los inventarios y las cuentas de los presidios y a través de Arrillaga entregó el
gobierno de la provincia a su amigo el teniente coronel José Antonio Romeu el 16 de abril
de 1791. Fages se embarcó en uno de los paquebotes y viajó directamente de Monterey a
San Blas.
Visita de Malaspina
Cuando ya Fages había salido de Monterey arribó al puerto la expedición científica
de Alejandro Malaspina. Viajando desde Nootka a lo largo de la costa, entraron en la
brumosa bahía de Monterey en Septiembre de 1791. Perdieron tres anclas durante la espera
en las que las dos naves, las corbetas Descubierta y Atrevida
estuvieron en peligro de encallar. Guiándose por los cañonazos del presidio pudieron
entrar a puerto.
Malaspina fue recibido por Luis Arguello que comandaba el presidio en ausencia del
gobernador. Se dio al visitante todas las facilidades necesarias como maderas, provisiones
frescas y se le facilitaron caballos para expedicionar al interior. Después de permanecer
dos semanas recogiendo espécimenes para las colecciones botánicas y ornitólogicas, las
naves se hacían al mar con destino al sur.
Los comentarios, diarios e informes de Malaspina son muy completos en cuanto a los
indios, flora y fauna, parcos con respecto a los misioneros y las misiones y totalmente
inexistentes en cuanto al comentario del establecimiento militar. Curiosamente, los
trabajos artísticos de la expedición, hechos por José Cardero son los más valiosos que
han llegado hasta hoy desde el punto de vista histórico. Ilustraciones de indios, de sus
modos de pelear, vistas del presidio, de los soldados y de sus mujeres sólo hacen
lamentar que el texto escrito no las haya acompañado.(17)
NOTAS
1. Instruccion al Ayudante Inspector Nicolás Soler, 12 de
Julio 1782, Papeles de Estado, II copia en Bancroft Library.
2. Neve, Instruccion, Saucillo, Septiembre 17 de
1782. AGI, Guadalajara, 283. Copia en Archivo Beilharz y traducido por Beilharz en
Neve, pp. 1156-172
3. Rensch, Hero Eugene, "Fages Crossing of the Cuyamacas"
California Historical Society Quarterly. Vol. XXXIV, 3, 1955, pp. 193-208
4. Pourade, History of San Diego, the Time of the
Bells,. p. 57
5. "The Memorias de José María Romero" en Noticias,
ejemplar sin número ni fecha, p.13
6. Neve, San Gabriel, Marzo 5, 1782, Instrucciones a Ortega. Esta
orden fue refrendada por Fages 1 de Octubre de 1782 durante su viaje al norte. Copia en
Archivo Beilharz.
7. Romero, Op. cit. p.14
8. Dennis, Spanish California, p. 330, por ejemplo.
9. Oficio a Cañete, sin firma desde Monterey, el 1 de Marzo de
1781. Archivo Beilharz.
10. Bancroft, California, I. p. 471
11. Fages a Soler, Agosto 10, 1784. Copia en Archivo Beilharz.
12. Dennis, Spanish California, p. 347
13. Paloú , Vida, p. 277 de la versión en
inglés.
14. La Perouse, traducción en Monterey in 1786, p.
56
15. Véase el excelente artículo de Donald C. Cutter,
"California Training round for Spanish Naval Heroes" en The California
Historical Society Quarterly, Junio 1961, p. 109 y ss.
16. Fages a Loyola, Agosto 14, 1789. AGN,
Californias, Vol. 46 fjs. 29-41.
17. Los resultados de la expedición de Malaspina no se publicaron
sino hasta muchos años después. Para un resumén, veáse Cutter, Malaspina in
California.
<< 4: Felipe de Neve y Su Gobierno || 6: Gobiernos de Romeu y Arrillaga, 1791-1794 >>